me pierdo

Me tienes confundido.

Me siento como un niño en un parque, el niño que pierde de vista a sus padres.
Levanto la mirada y anhelo encontrarte en cada rincón de lo que veo.

Compré un par de lentes nuevos, con cristales de laboratorio, pensando que quizá ayudarían.
Que me ayudarían a ver con claridad, o al menos, a aclararme la situación.

Cariño, creo que me vuelves loco.

Escribirte esto en la madrugada de un domingo es un síntoma de ello demasiado claro.
Dejé de reseñar películas porque, al hacerlo, solo pienso en lo que tú diras de ellas.

¡Qué descaro!

Cariño, estoy a tu merced. Es tan simple como eso.
Pero no lo confundas con debilidad; sigo siendo el ser más fuerte que conoces.
Es precisamente esa fortaleza la que me lleva a admitirlo:

Decirte que no quisiera una vida contigo sería un perjurio.

¡Vaya que la quiero!

Mientras más me aconsejo, más bruto me vuelvo.
Anoche no dormí, pero no te culpo por eso.

Las películas me hacen sonreírle a la pantalla, deseando que estuvieras a mi lado como solías hacerlo.
Pronto lo estarás, y eso temo.
Miraremos películas juntos, nos desvelaremos,
existiremos en nosotros de madrugada.

Ahí es cuando pierdo.
Porque cuando ves una película y tus ojos se iluminan, créeme, amor mío: yo pierdo.
Pierdo la razón de ser, porque mi existencia está atada a no perder las estrellas que reflejan tus ojos.

Constelaciones, esas que me guían a lo profundo de tu ser.
Como un marinero en el mar, me dejo llevar por ellas.

Que tus ojos no se apaguen, porque por su causa muero.

Ahora levanto la mirada y lo comprendo.

Ya estoy en el mar.
Ya me perdí en tus ojos.
Yo aquí muero