Me hiciste odiar el lenguaje.

Vengo cargando con este calor en la nuca del diciembre de dos mil veintidós, donde me di cuenta que tenías esa forma magnética que no podía explicar. La vida no me hizo más que una humana que fue castigada por el lenguaje, pero en estos cortos y tan sabios veintiún años de edad, puedo decir que he encontrado una musa de lo que no puedo descifrar aún. La desesperanza de no poder explicar de ninguna forma la manera en la que quiero quererte tanto que se olvide un poco el vacío inherente que las dos compartimos en cierto modo.

Rulos por los que yo acariciaría cual creyente con estatua de alguna virgen, ojos que parecen observar la belleza de cada detalle alrededor suyo (¡y un brindis por el que pueda ser visto por vos, niña preciosa!), labios que parecen encajar como un rompecabezas que hacen juego con el rostro de muñeca angelical que podría tener todo a sus rodillas. Sentido del humor que derrama carisma y aquellos detalles que los hace tan evidences que no culpo aquellos que quedan colgados por su resplandor.

Así te veo. Así te siento. Así te entrego vulnerable mi corazón.

Ojalá sepan entenderme, pero no creo. No hay culpas. Merecés saber que sos amada.

Y siempre que necesites, puedo estar ahí. De la forma que quieras que sea. Soy tu devota.

Y tampoco espero respuesta. Es solamente que necesitaba vomitarlo de mí.

Buenas noches, sol.

Atte: Ariadna Valentina Delgado.