Me fui mientras me quedaba..

Al principio, solo era una hebra suelta. Algo que tiraba de la costura, apenas perceptible. Pero con el tiempo, empecé a escuchar el sonido. Ese desgarrarse lento, como si el alma tuviera hilos que crujen cuando ya no quieren sostener nada.

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No fue una pelea. No fue una mentira. Fue esa escena mínima, torpe, en la que me di cuenta de que él no me miraba cuando hablaba. Respondía con palabras, pero no bajaba al lugar donde yo me rompía.

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Desde ahí, todo fue derrumbe disfrazado de costumbre.

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Seguí ahí.

Cada vez me importaba menos si llegaba, si mentía, si dormía de este lado de la cama o del otro. Me fui volviendo estatua.

Y nadie nota cuándo las estatuas se hartan del pedestal.

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Me hablaba y lo escuchaba como se escucha una canilla que gotea: presente, molesta, inevitable.

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Lo amé tanto que me gasté.

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Estoy atrapada en ese momento absurdo en que uno ya no quiere quedarse, pero tampoco tiene fuerzas para huir.

Como si el amor hubiera sido un huésped que se marchó en silencio, dejándome sola en la casa… con la mesa puesta.