¿Por qué quisieras que me arranque el corazón?
No es una metáfora. No es un gesto poético. Es una pregunta real. Cruda. Porque ya lo hice. Lo saqué con las manos temblorosas, con la desesperación de quien no puede más. Me abrí el pecho sin anestesia y ahí estaba: ese pedazo de carne púrpura que todavía late.
¿Para qué lo quiero?
¿Para qué lo quiero si nadie lo pide, si nadie lo elige, si no lo miro más de un segundo sin sentir asco o lástima?
No tenemos el valor para seguir viviendo, y sin embargo seguimos. Es el mayor castigo: que el cuerpo no se entere de que el alma ya se fue hace tiempo. Que el cuerpo siga tragando aire mientras por dentro todo se descompone.
No se puede llorar con los ojos secos. No se puede gritar cuando nadie escucha. No se puede querer vivir cuando cada día parece un ciclo más de putrefacción emocional.
Tengo los ojos turbios. Las emociones atrapadas como cadáveres flotando en agua estancada. No lloran, no hablan, solo se pudren. Y yo tengo que mirar cómo se pudren dentro de mí. Cada intento de hablar termina en silencio. Cada intento de pedir ayuda es una soga más.
No me habito. Cada pensamiento es una filtración. Cada recuerdo, un derrumbe. Me asfixio en mi propio pecho. Y aun así, sigo aquí, de pie, dando excusas para no desaparecer.
Y tú…
Tú ni siquiera tienes el coraje de mirar.
Solo quieres que me entierre, que me borre, que deje de incomodarte con mi presencia rota. Quieres cerrarme los ojos tú mismo, no por compasión, sino por miedo a que me los abra y te diga que me duele.
¿Sabes qué duele más que morir?
Seguir existiendo sin que nadie te nombre.
Ser el eco de un nombre que nadie recuerda.
Ser un cuerpo que nadie toca.
Una voz que no sirve ni para pedir ayuda.
La gente se va. Siempre se va.
Y yo los necesito.
Los necesito tanto que me desgarra.
Pero nadie se queda. Nadie nunca se queda.
Y yo me estoy quedando sin excusas.
Sin motivos.
Sin sangre.
Sin piel.
Estoy tan cansada de intentar decir que todavía estoy aquí. Tan agotada de fingir que estoy entera. Tan podrida de buscar razones que se deshacen en mis manos.
¿Por qué quiero irme?
Porque quedarse es un verbo que requiere voluntad. Y yo ya no la tengo.
Y eso estaba bien.
Estaba bien pensar en irme. Estaba bien no soportar más.
Lo que ya no está bien es tener el corazón afuera, expuesto, marchito, y seguir aquí, esperando que alguien lo vea. Esperando, como un imbécil, que alguien lo quiera devolver a su sitio. Pero ya no hay sitio. Ni pecho. Ni cuerpo. Solo hueso, aire, ruina.
Mis ojos se empañan de nuevo. No por emoción. Por desesperanza. Por certeza.
Porque cerrar los ojos para siempre es más fácil que seguir explicando una existencia que nadie quiere entender.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión