Me espera.

Tao.

Llevo sesenta años muriéndome. Es lo que tiene nacer.

No sé cuánto tiempo más aguantaré este caminar al destino inevitable. No deja de ser una putada que mis otros horizontes sean utopías inalcanzables.

Mi nombre es Horas Siete Surcos. Sí, un nombre extraño. Inventado, por supuesto. Mi nombre real les diría todavía menos.

Los nativos americanos, al menos eso han vendido las películas, bautizaban ya de mayores, con una base de vivencias; eso tenía más sentido que la pila, el agua bendita y poner el nombre del abuelo o del santo del día: Lobo Gris, Viento Frío, Horas Siete Surcos... Mucho mejor.

Voy allí. Vengo de allá. Y lo mismo da.

Lo que importa es caminar.

¿Quién soy? Es difícil explicar algo así. Uno es diferente al que puede recordar. Se va haciendo y deshaciendo a cada paso, y así no hay manera de poder concretar.

Fui niño insumiso queriendo siempre ser mayor (un error). Fui adolescente huidizo sin saber de qué escapar ni hacia donde ir (un sinfín). Fui un cúmulo de ajenos trabajos estúpidos con necesarios salarios famélicos. Amante sin amor; amor sin amante.

No he matado a nadie; supongo que nunca estuve en el lugar ni el momento apropiados (¡Ay si sí!). Si debo algo, es insignificante. Lo que me deben no espero cobrarlo.

De los amigos me queda bueno y malo. De los enemigos el puto recuerdo del daño que me causaron.

No tengo ninguna prisa, no espero nada, no deseo nada que sea posible.

Odio a la Humanidad, no por inquina personal, tan solo porque es intrínsecamente odiosa.

Por lo demás, ahí está el horizonte. Esperándome.

Dolbach.