me desvanezco en ti ★

yo le abrí las alas para que se acercara, para que se salvara, para que me eligiera. las abrí también porque me nacía hacerlo, porque hay en mi pecho un amor tan grande que no cabíe dentro y necesita posarse en algún lugar. y él sin pensarlo mucho y sin mirar atrás, se dejó caer sobre mi regazo con confianza. yo lo miré haciéndole ver que encontró un rincón que no va a juzgarlo. se acomodó con el aliento tibio pegado a mi vientre, con la calma de haber encontrado su hogarcito que construí para él. y en ese instante, tan simple y tan cotidiano supe que si el mundo decidía apagarse, si el cielo se partía en dos y si mi aliento era el último, no me faltaría nada.
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lo miré desde arriba. tenía los ojos entrecerrados, la expresión tan preciosa y una de sus manos jugaba con los pliegues de mi ropa. no me hablaba, pero su silencio era hermoso. me sentí vivo porque él estaba ahí, porque respiraba conmigo, porque la noche se hacía más chiquita mientras compartíamos calor. los sonidos del mundo se apagaron  como si respetaran lo que estaba ocurriendo entre nosotros. incluso las estrellas parecían más brillantes, y esa noche el cielo no gritaba pidiéndome a regañadientes que volviera, no pedía cuentas. todo estaba en su sitio.
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había algo sagrado en la forma en que su mejilla se apoyaba contra mis rodillas, porque encontró que ese huequito había sido hecho para él desde el primer día en que viví. y yo no tenía miedo… no pensaba en lo que vendría, no buscaba eternidad, no pedía garantías. había amor ahí, de ese que no necesita grandes gestos. amor mudo, amor dormido, amor sin exigencias. y comprendí que si mis alas se cerraban para siempre, si mi corazón dejaba de latir, si mi historia se terminaba justo en ese momento, lo haría en paz. porque no hay muerte amarga cuando el último suspiro se da entre los brazos del amor.
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no le dije nada. no quería interrumpirlo, pero con mis dedos recorrí muy despacio la curva de su espalda y le dejé una caricia suave sobre la nuca para decirle que estaba a salvo. no me importaba lo que él fuera, no me importaban sus sombras, sus errores, sus pasados mal contados. lo único real era su calor, el ritmo calmo de su pecho contra el mío y el roce apenas perceptible de sus labios mientras exhalaba. yo era su casa. yo era su almohada. yo era su promesa de eternidad. y por primera vez no me dolió ser un ángel porque tenía alguien a quien cuidar.
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pienso ahora en ese momento como en una pequeña eternidad. un lapso cristalino, pero de esos que no se rompen, que uno guarda enteros y sin grietas. no hubo luz ni eternidad, pero hubo algo más valioso: la sensación de que mi existencia, toda entera, había valido la pena por ese simple gesto. haber sido su regazo, haber sostenido su descanso, haberlo visto cerrar los ojos sin miedo. me pesa haber perdido ese momento, claro que sí, pero no cambiaría ese instante por nada. porque en ese rato, en esa pausa dulce, supe lo que era estar completo y si el final me hubiera alcanzado ahí, mientras lo sostenía, no habría pedido más.