Es gracioso, pero cuando puse un pie en el Coliseo pensé en Calamaro. No en él, exactamente, sino en esa canción suya, la que dice que se quedó duro al ver al gigante. Aunque era por otra cosa, claramente. A mí me pasó algo parecido, aunque distinto. Me quedé quieto, mirando alrededor, y el lugar empezó a hablarme.
Rápidamente empecé a escuchar cosas que no venían de las personas que estaban a mi lado, sacándose fotos, sino de mucho más atrás. Muy atrás.
Sentí los gritos. No los de esa mañana, sino los de entonces. Vi gladiadores, emperadores, fieras, al pueblo. El olor cambió. Saqué una foto. O mejor dicho, me saqué una foto. Como para decir: estuve acá, loco. Y seguí caminando, lento.
El sol me pegaba de frente. Empecé a llorar. Me caían las lágrimas, pero la bola de fuego las secaba rápido, como si el mismo lugar me obligara a no hacerlo. Y es que estaba justo por donde los gladiadores entraban a pelear por su vida. O por su libertad, que es lo mismo. Me pregunté cómo pudo haber existido tanta distracción. Pan y circo, yo qué sé. Y me reí también, porque fui consciente de que hoy en día algunas cosas de esas siguen existiendo.
Puse las manos en las piedras. Estaban frías. Me quedé un rato, con una sensación nueva, tocando el tiempo. Respirando algo que era vida y muerte a la vez.
Cuando sentí que ya era hora, me alejé de las ruinas, de los gritos, de los animales muertos.
Ya afuera, me saqué otra foto. Esta vez no para decir que estuve ahí, sino para recordarme que, a diferencia de tantos otros, yo pude salir. Después sí, me fui como llegué: en silencio.

Niyén Pibuel
voy por la vida muy tranquilo y sin apuros porque para mí es excesivamente larga y cada tanto aburrida :)
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