A medias convencidos, a medias olvidados, a medias desdibujados por los focos de las lámparas que hoy se quedaron dormidas. Un poco más a la orilla, de mi lado izquierdo, una pareja miraba el horizonte que se fundía con el agua. De pronto me los imaginé diciendo: ¿cuántos fines del mundo faltan? ¿Cuántos nos quedan?
Por debajo de mis piernas, que colgaban al compás del oleaje, algunas piedras sobresalían; poco a poco iban oscureciendo con el avance de la noche. A mi derecha, en dirección opuesta, con tus piernas señalando otro horizonte, se veía tu silueta a pincel fino, contorneada en una resistencia desmedida del mundo por mantenerte a flote en la escena. Una luz cálida y anaranjada te despegaba del fondo. Cada tanto revolvías las bolsas. Cada tanto también hablabas, mezclándote entre el golpeteo del agua y los comentarios de la pareja en la esquina.
Podría no volver a verte después de hoy, pensé, y aun así querría hacerlo todo el tiempo si me citaras cada día. Estás y no a la vez; te fuiste, volviste y te estás yendo de nuevo. La conjunción y la intersección de momentos se congregan en uno solo. Difuminado tu costado izquierdo a contraluz, te contornea el fondo, te detalla a pincel fino en una línea extensa y precisa, suficiente para diferenciarte de todo lo negro que envuelve al resto.
Es tan grande la deuda entre los dos que nos turnamos en saldarla, y de a poco, año a año, nos vamos poniendo al día. ¿Eso es todo? ¿Hasta el próximo fin del mundo?
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