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María

zoe

Abr 7, 2025

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María
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Hoy soñé con María. Creí sentir sus ojos sobre mí, como cuando era chiquita, estaba bajo la sombra de sus pestañas cuando de su pelo crecían largas flores de nazareno, caían como si fueran cascada desde su espalda hasta el suelo y yo sentía un dolor atravesar mi pecho y abrirlo de par en par.


Recuerdo los aromas de María como si la tuviera al frente mío, después de tanto tiempo. Recuerdo sentirle el olor a las claras batidas con azúcar que me preparaba, las burbujitas que explotaban suavemente en mis labios cuando ella pasaba su mano por mi rostro y yo le regalaba una gran y, tan dulce como las claras, sonrisa de oreja a oreja. También a aquel perfume que rociaba dos veces en sus muñecas y dos en su cuello cuando salía con algún chico, era un aroma cercano a las amapolas. Recuerdo sentir su ropa, cerrar los ojos e imaginarme a mi hermana como una amapola. 


Observaba su espalda recta y fina arqueada hacia adelante, escondiendo su pecho con los brazos, sus piernas arrodilladas y cubiertas por pétalos aterciopelados rojos y sonreía. Su sonrisa, ahora borrosa, parecía dilatarse y perderse en la blancura de su piel. Quería ser como ella. 


En las noches donde su soledad resuena y llamo por su nombre sin razón alguna, como hoy, me gusta entrar en su cuarto. En la oscuridad, sin que mamá se entere, toco los libros que alguna vez ella leyó. Imagino sus dedos, más blancos que los míos, acariciando las hojas anaranjadas con entusiasmo. 


Me recuesto a los pies de su cama e inhalo el perfume de las amapolas que crecen debajo de esta. Bajo la tierra que la obligaron a tocar. Y sonrío. Por su juventud eterna de amor, aquella que nadie fue capaz de matar, me gusta pensarla en una cápsula del tiempo, donde ella sigue viviendo con sus vestidos jumpers de flores, donde sigue leyendo libros rojos y tocando el piano todo el día, inclusive hasta bien entrada la noche cuando mamá la retaba. 


La imagino infinitamente joven y fuerte, más joven y más fuerte que yo. 


Y creo escuchar su voz, pero recuerdo no recordarla, y mi sonrisa se quiebra como la porcelana. Sé que a ella no le hubiera gustado que mojara su cama con ese agua de mar, y hago fuerzas para reír. Porque llamo un nombre sin persona y me siento una tonta.


Me hubiera gustado guardar tanto su voz como su perfume, pero los alaridos de aquel día son el único ruido que escucho cuando pienso en María. Me gusta entonces verla en silencio, vestida de pétalos de amapola, con olor a claras recién batidas con azúcar, tocando el piano y sonriendo.


“Sé que en algún lugar sigues amando, sigues convirtiendo lo amargo en miel, implorando con tu inocencia lo que a tus ojos es incorrecto, tiñendo el aroma a humedad de la ciudad olvidada por el hombre en el dulce aroma de las amapolas.


Seguimos viviendo en la misma casa, por si en algún momento llegas a querer volver. Cumplí mi promesa, jamás toqué tus discos sin permiso, ni tampoco vi tus películas. Dejaré la ventana abierta, por si el viento te trae por acá una vez más.”

zoe

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