Entre las tantas miradas en las que alguna vez me ahogué,
tengo miedo de sin darme cuenta haber visto alguna por última vez,
Como ese abrazo que nació de la prisa
y murió esperando un segundo más
de presencia.
Entre la tanta fría noche,
la escarcha silenciosa del oleaje
me agarra de la mano con su triste tacto,
y la caricia de la muerte se siente un poco más de cercana.
Es marea alta.
El agua me llega hasta el cuello,
e imagino que me tomas de la mano,
pero el mar no sabe mentir,
y la corriente me devuelve el vacío con ternura.
En ocasiones,
la luna baja demasiado
y me habla del cansancio del agua,
de lo que se queda en la orilla
cuando el amor se ahoga
y el oleaje descansa.
Otras veces,
la luna se siembra entre la espuma
y me cuenta cuantas veces me encontró en la orilla
con los brazos cansados de tanto nadar
Es marea alta,
he consultado cartografías astronómicas,
y aun así no te he podido encontrar entre las estrellas.
Quizá no eres estrella, sino marea,
y por eso cada vez que intento encontrarte,
me ahogo en tu ausencia.
Es marea alta.
Siento tus besos de esquimal,
pero es el mar
otra vez jugando
a tener tu nombre
y en el mar de reflejos
ninguna luz rima con tu mirada.
Y cuando el amanecer toca el horizonte,
solo queda el rumor,
la calma después del hundimiento,
y un mar que aún pronuncia tu nombre
en forma de ruego.
Y pienso
que amar fue eso:
respirar bajo el agua
creyendo que era aire.
Tu nombre arde en la sal,
me quema los labios al pronunciarlo,
y el mar, cómplice,
finge no saber de qué hablo.
El agua retrocede,
pero deja su herida en mi pecho,
una herida que respira,
que no sangra,
que simplemente duele.
Y pienso,
que amar fue eso:
aprender a ahogarse despacio,
sin dejar de mirar la orilla.
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