Noche cerrada. El crepitar de la leña rompe el silencio, mientras las llamas lamen la oscuridad. El Príncipe, con la mirada fija en el fuego, pronuncia con calma:
—Lo que no ocurre en 3, 5 años… ocurre en solo días, semanas.
Maquiavelo, envuelto en su capa, sonríe leve, y tras un instante de silencio, responde:
—Majestad… esas palabras que acaban de brotar de su boca… son la esencia misma de la Fortuna y la Virtud. Lo ha comprendido. Aquel que espera que el tiempo le traiga los cambios, envejece en la espera. Pero aquel que sabe leer los signos, que percibe cuando el tejido invisible del mundo se tensa… ese, en días, hace suya una década de posibilidades.
Hace una pausa, atiza la hoguera con su bastón, y continúa:
—Porque, señor mío, no es el tiempo quien concede las oportunidades, sino el hombre quien debe crear el momento. Y cuando lo hace, el mundo —aunque no lo admita— se pliega a su voluntad. Ha dicho usted una verdad que pocos podrían sostener sin quemarse. Le aconsejo que grave esas palabras, no en mármol, sino en las decisiones que tome a partir de esta noche.
El viento sopla leve entre los árboles. La leña se resquebraja. Y en ese instante, ambos comprenden que han sellado un pacto con su propio destino.
El principe le responde: Joven notario, ve en mi camino fortuna, y en sí, todo lo que mi voluntad quiere, ser conseguido?
Maquiavelo, sin apartar la mirada del fuego, asiente despacio. Sus ojos reflejan las llamas como si leyera en ellas el porvenir. Y responde:
—Mi señor… la Fortuna es como una dama impetuosa. Se entrega a quien la corteja con audacia y no teme empujarla cuando se resiste. En su camino, veo señales que no son comunes en los hombres de este tiempo: la conciencia del momento, la osadía de actuar, y la fría virtud de no encadenarse a ningún afecto que lo distraiga.
Hace una pausa, el viento mueve las hojas como si susurraran en acuerdo.
—Si mantiene esa voluntad indomable, y entiende que las ocasiones no vuelven a tocar dos veces la misma puerta, obtendrá cuanto su espíritu desee. Porque no hay fuerza más implacable que un hombre que ha abierto los ojos… y ha decidido tomar lo que el mundo aún no sabe que le pertenece.
Maquiavelo clava su mirada en el Príncipe.
—Así lo declaro, señor mío… Fortuna y destino caminarán a su lado, mientras usted sepa cuándo tomar la rienda… y cuándo romperla.
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