Manú y la fiesta de los araguatos: otra forma de ver el mundo
Mar 21, 2025

A veces subestimamos los cuentos para chicos. Pensamos que son solo para entretener o para dormir a alguien a la noche. Dejamos de leerlos o de contarlos cuando crecemos. Nos olvidamos de que, muchas de nuestras historias favoritas, nacieron de un cuento.
Un buen cuento, infantil o no, tienen ese poder de tocarte fibras profundas, hacerte pensar, y por qué no, sacudirte un poco. Manú y la fiesta de los araguatos, del venezolano José Ernesto Parra, es uno de esos cuentos.
La historia comienza en la selva, con un monito aullador que no puede aullar. Ya desde ahí, todo te interpela. Manú no tiene voz, y eso lo deja en desventaja en una comunidad donde el rugido lo es todo. Sin embargo, en lugar de quedarse en esa limitación, la historia avanza mostrando cómo ese “defecto” se transforma en otra cosa: en una forma distinta —y muy poderosa— de estar en el mundo.
Lo más interesante es que no lo hace desde el dramatismo. El cuento tiene humor, ternura, momentos de tensión y una conexión con la naturaleza que te hace sentir parte del paisaje. Está pensado para lectores de todas las edades y, sinceramente, no hace falta tener niños cerca para emocionarse con lo que cuenta.
Perspectivas que suman: el poder de mirar distinto
Manú podría ser cualquiera que se siente “fuera de lugar”. Alguien que no encaja del todo, que quiere ser parte, pero no sabe cómo. Y ahí está la clave de este cuento: en mostrar que hay muchas formas de comunicarse, de pertenecer, de liderar incluso. Y que ninguna es más válida que otra por seguir la norma.
A través de personajes entrañables como Picuzti, el ave que lo acompaña y lo guía, o sus amigos de aventuras —una nutria, un tamandúa, un pájaro pico de plata—, la historia construye una red afectiva que sostiene y potencia. No todos entienden a Manú, pero quienes sí lo hacen, lo ayudan a florecer.
En medio de todo eso, la historia también habla del dolor, la pérdida, el duelo, el miedo. Pero no se queda en el bajón: lo transforma. Como lector, lo vivís con Manú. No te lo explican, te lo muestran, y eso te deja pensando. Porque, en definitiva, mirar desde otra perspectiva no es solo un ejercicio intelectual, es una experiencia emocional. Es entender que el otro puede vivir algo muy distinto y que eso no lo hace menos valioso.
El silencio también puede resonar (y mucho)
El cuento tiene un giro hermoso cuando Manú, con ayuda de sus amigos, descubre cómo generar sonido con un bambú. No es un aullido “normal”, pero suena. Resuena. Y sobre todo, conmueve. No es imitación, es invención. Es decir: no se trata de ser igual a los demás, sino de encontrar tu forma de expresarte y usarla con orgullo.
Ahí está el corazón de la historia. En ese momento donde lo que parecía una carencia se convierte en una fuerza.
Manú y la fiesta de los araguatos no es solo una historia sobre superar obstáculos. Es una invitación a repensar qué entendemos por inclusión, por liderazgo, por comunicación.
Y es también un cuento que se disfruta muchísimo leyéndolo en voz alta, compartiéndolo, comentándolo. Porque habilita diálogos —en familia, en el aula, entre amigues— que a veces no sabemos cómo empezar. A veces un cuento dice lo que no nos animamos a decir de frente. Y en eso, este libro es un gran aliado.
Lo que un cuento puede dejarte
Manú y la fiesta de los araguatos es, sí, un cuento para chicos. Pero también es una historia que habla con mucha más profundidad de lo que parece. Nos recuerda que no todos tienen la misma manera de expresarse, que a veces el silencio también es un lenguaje, y que aceptar —y celebrar— las diferencias puede ser una forma de construir algo mucho más grande.
La historia de Manú no es la de un héroe que “vence” su situación de discapacidad. Es la de un personaje que transforma su realidad con creatividad, ternura y mucha sensibilidad. Que no niega lo que le falta, pero tampoco se queda ahí. Que descubre otra manera de resonar. Y lo hace con ayuda, con comunidad, con amor.
En tiempos donde todo parece ruido, donde todos quieren hablar más fuerte, este cuento viene a decir: escuchá. Mirá con otros ojos. Leé con otros sentidos. Porque amigarte con otras perspectivas también es eso: abrirte a la posibilidad de que haya otras formas válidas de estar en el mundo. Incluso (y sobre todo) cuando no se parecen a la tuya.
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