Manos sucias

Estaba detrás de tu espalda rogándote, pidiéndote entre lágrimas que por favor no lo apuestes, que lo saques del centro de la mesa, que me lo devuelvas si no me querías, que no lo pongas en riesgo. Tus oídos parecían no reconocer mi voz. Tu cuerpo estaba a kilómetros. 

Ganaste la primera mano. Me volví a sentir segura. Pensé que por fin me habías escuchado, que después de jugar me ibas a cuidar y después de todo, me querías. 

Otra vez te fuiste, otra vez en riesgo. ¿Qué te divierte tanto de todo esto? 

Quería irme. Las caras que estaban alrededor de la mesa me miraban con compasión. Nadie entendía por qué estabas haciendo esto. 

Yo no entiendo por qué sigo acá. Tampoco por qué te confíe mi amor. 

Esta vez el juego tardó más en empezar. Cada carta parecía arrastrar con ella el cansancio de meses enteros. ¿Estuve meses esperando a ver qué pasaba con tus cartas? Cargando cada noche con el peso de saber que yo en tu estrategia no tenía ningún tipo de participación. Pero si vos perdías, inevitablemente yo también. 

Se repartieron las cartas. Te pregunto si esto en serio te divierte tanto. No sé cuánto tiempo duró esta mano, lo sentí como horas, incluso días. 

Hiciste todo lo que estaba a tu alcance para perderme.

El corazón que estaba en el centro de la mesa que fue por tanto tiempo tu campo único de diversión, dejó de latir. La sangre embebió el lugar. Las caras que antes me observaban con compasión ahora están horrorizadas. Lo miraste con lástima. Tus manos estaban teñidas de color rojo. Me pediste perdón. ¿En serio me estás diciendo que no esperabas esto? 

El tiempo en ese lugar parece no pasar, no hay ventanas, no hay relojes. No se cual fue la hora exacta en la que decidiste destruirme. Si tu estrategia salió mal, o si todo fue exactamente como lo tenías planeado. 

Ahora que no hablo con tu espalda, que seguís jugando pero mi amor ya no está en riesgo

quiero preguntarte: ¿que estabas esperando que nos pasara?