Cuando a los poetas se les bloquean las manos, y aunque saben que quieren escribir, no recuerdan cómo agarrar el lápiz; cuando su ansiedad bloquea el único modo de comunicarse que tienen, la única forma en que las cosas fluyen; cuando su ansiedad bloquea lo que ellos conocen y los obliga a desfallecer dentro de sí mismos, pero ella actúa tan bien y tan lentamente que ellos no se percatan de lo que ocurre hasta que la habitación se llena de palabras, de cosas que se quisieron hacer y no se hicieron, de pensamientos rápidos y otros duraderos, de la canción movida y de letra pesada.
La ansiedad hace tan bien su trabajo que los poetas no se dan cuenta de ella hasta que inunda la habitación, y no hay ni una sola grieta por dónde se desmorone, en el punto donde ellos quieren escribir y empezar a soltarla, pero ella no los suelta a ellos; donde quieren cumplir con su deber ser y hacer, pero por alguna razón les pesan los brazos y las piernas; donde quieren escribir y soltar, su mente está en un revoltijo y sienten la presión en el pecho, donde se empiezan a sentir mareados y sin aire, pero sus manos no se mueven para salvarlos, los han abandonado. Esos poetas soy yo. Todos y cada uno de ellos: el poeta sin esperanza que cuando su habitación empezó a ahogarse solo quería que pasara más rápido; el poeta enamorado que lo último que pensó fue en él; el poeta desesperado que sabía que era preso de la ansiedad, pero nunca supo nadar contra ella y ya no había cómo; y el resto de poetas sin identificar, a quienes las olas de ansiedad borraron su identidad, y de ellos solo quedan las letras.
- Sayla.

Sayla 🌲
Solo soy un alma contenida en un árbol. 🌲 «Ahora me veo otra vez a mí, más allá de un sentir.»
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