Las manos frías no son un accidente del cuerpo, son la evidencia de una vida entera en estado de alerta. No es la sangre que no circula, es la sangre que aprendió a esconderse. El cuerpo se hizo cómplice del miedo y decidió vivir en tensión permanente, porque la calma nunca fue segura.
Fallar era un lujo que no podía permitirme, que equivocarse era un delito sin absolución. Cien aciertos pesaban mucho menos que un error, uno solo bastaba para borrar cualquier sacrificio.
Así aprendí a caminar sobre la cuerda floja sin red, a morderme el miedo hasta tragarlo, a no esperar aplausos ni abrazos porque nada de eso estaba destinado para mí, sin manual de ternura, solo con órdenes disfrazadas de cariño.
No hubo margen para la niñez, solo para la obediencia.
Cargar con responsabilidades que no eran mías fue la primera deuda que me impusieron. Y la pagué con silencio, con noches insomnes, con un cuerpo que aún hoy no sabe lo que es descansar.
El hogar fue un escenario que nunca elegí: la obra ya estaba escrita y a mí me dieron el papel de sostener lo que se caía. Aprendí a medir cada palabra, a contener cada lágrima, a no ser un peso más en una casa llena de sombras. Yo era el muro que no debía resquebrajarse, el guardián de un orden que no me pertenecía, el escudo de batallas que no eran mías. Nadie me preguntó si podía con todo; simplemente debía poder.
Y ahora entre el frío, la lógica y la invulnerabilidad, sonrío con ironía, porque debajo de esta fachada late un cansancio que arde.
No soy hierro, soy cristal templado: resistente a los golpes, pero quebrado en miles de fragmentos invisibles.
La gente aplaude mi dureza, sin notar que es una cárcel. Me entrenaron para resistir, no para vivir.
Pero, el cuerpo no olvida lo que la mente intenta disfrazar.
A veces envidio la ignorancia, no ver, no escuchar, no entender. La ignorancia habría sido un regalo.
Pero me tocó lo contrario, aunque también te hace invencible a tu manera
Un fuego sofocado por la obligación de resistir, convertido en cenizas que nadie ve, porque las manos frías son la máscara perfecta.
- D. Duality -
Carta III a mí
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