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Manifiesto de mis cajas infinitas

Aug 8, 2025

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Manifiesto de mis cajas infinitas
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Escribo porque en mi mente encuentro más preguntas que respuestas.
Y, como dije en mi otra caja, tal vez no hay respuestas.
Porque lo que realmente queda en la yema de mis dedos son cien ideas con mil preguntas que no encontrarán solución.

La escritura se vuelve importante en el momento en que refleja mi mente como un ciclo infinito de poder.
Porque, ¿qué es mejor que escribir y escribir sin que la mente pare?

Cuando el pensamiento se vuelve contradictorio, la mayoría se detiene.
Pero, ¿por qué no abrazar esa complicidad?

Si mi mente logra llegar a tantos escenarios de información y generar respuestas —aunque sean vagas— a algunas de mis preguntas, ¿qué mejor que tomarlas de la mano?

Escribir abre un espacio que algunos llaman errores.
Yo, en cambio, lo veo como una oportunidad para generar más:
más ideas,
más dudas,
más caminos.

Caminos que, sin duda, se vuelven imposibles de recorrer.
Pero en el trayecto encuentras una serie de desafíos.
Como si estuvieras en un videojuego,
y conforme los vas completando, te sientes más cerca…
a pesar de que te quedan cuarenta horas por delante.

Será que quisiera saber cuántas horas le quedan a mi vida.
Será que haríamos las cosas diferente si hubiera un reloj persiguiéndonos con cuenta regresiva.

Me gustaría pensar que seguiría haciendo lo mismo que estoy haciendo ahora,
porque, piénsalo: nadie quiere estar desperdiciando su vida.

A mí me gusta pensar que amo las cosas que hago…
pero sabemos que realmente no es así.

Dejémonos de mentiras.

Creo que con el reloj lograría encontrarle sentido a mi vida,
aunque no hay mucho que una sola persona pueda hacer.

Y eso, hablando desde el promedio…
porque ya saldrá alguien diciendo el impacto que tuvo William Shakespeare en su época.

Tranquilo, Hamlet.

Gracioso, viniendo de mí.

Que desde chiquita mis padres buscaron enseñarme valores que ellos no comprendían,
y realmente dudo que lo hagan a la fecha.

Porque el valor de cada una de sus enseñanzas se resume en aquella pelea,
los gritos y maltratos que terminaron —y empezaron— a crear esta mente perversa.

Porque si me sumerjo en mis pensamientos, llego a ver que no todos son comunes o correctos,
pero siguen ese patrón de enseñanzas que claramente podemos encontrar en mi niñez.

No es tan difícil de explicar.
Realmente son cosas que corrieron por generaciones,
y la mía encontró la calidez.

Bueno, pero esto no es un texto de cristal…
excepto que, si voy muy profundo en él, me puedo llegar a romper.

He pensado que la única cosa que puede llegar a romper mi mente…
es mi propia mente.

Si excavo muy profundo.

Pero la pereza le gana a la pena.
Y, aunque a veces puedo generar mil ideas,
me limito a pensamientos que se vuelven repetitivos.

Porque, ¿quién quiere ver los errores de su propio hilo?
Ese que, si lo sigo, se vuelve definitivo.

Sin mencionar la cantidad de estrategias que invento para evitarlo.

Entremos un poco en esto,
prometo que puede llegar a ser muy interesante…
si buscás en lo interesante.

Un árbol crece.
Empieza siendo un retoño.
Y quien lo cultiva —si no es jardinero— piensa:
"Qué hermoso, mi árbol va creciendo. Algún día florece, puede llegar a dar frutos."

Pero cuando deja de ser nuevo e interesante,
dejan de cuidarlo.
O dejan que sus frutos se pudran.

No piensan en compartir sus frutos.
No piensan en él.

Y termina siendo un árbol marchito.
Porque, aunque aún pueda dar frutos,
aunque esos frutos sigan creciendo una y otra vez…
le están quitando el propósito a su vida.

Es igual con un hijo.
No hace falta explicarlo, ¿cierto?

Un padre debería ser como un jardinero.
Cuida sus plantas como cuida a sus hijos.
Los ayuda a crecer.
Y si necesitan apoyo, se lo da.
Si no sabe algo, lo inventa.

Y siempre —siempre— aprovecha sus frutos.

Cuando los padres intentan quitarle el propósito a la vida de su hijo,
sin realmente planteárselo,
generan una serie de pensamientos sin explicación.

Por eso dicen comúnmente que una mente es un mundo,
porque nadie imagina los escenarios que ocurren en una sola cabeza,
ni el hilo que llevó a ello.

Yo escribo pensando en esas cosas sin resolver en mi propia mente,
pero no busco la respuesta.

Pienso que las preguntas sin respuesta son tan grandes como la respuesta misma,
y que la vida no es justa o injusta, sino que es para vivirla.

Porque los problemas de cada persona,
por pequeños o grandes que los veas,
empiezan con la capacidad de su propia mente.


Lucía Porras

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