Nací donde se reza, pero también se putea.
Acá la tierra no es metáfora: es lo que piso cuando salgo a laburar.
Busco lo sagrado escribiendo entre pasillos y paredes sin revocar.
Creo en la poesía cuyo fruto baja del cielo pues recuerda que brotó del suelo.
Un lenguaje que reconcilie lo etéreo con los caramelos de vuelto.
Mientras escribo con barro, busco el verso perfecto.
Desconfío de la solemnidad que no usa un charco marrón como espejo.
Defiendo las metáforas que huelen a tortilla, a gasoil, a riachuelo.
Quiero una poesía que sepa unir “asíntota” y “gambetean” en el mismo verso.
No me saco las zapatillas para arrodillarme ante lo bello.
Quiero acunar y sanar corazones, como hacen con los animales las rescatistas.
Con mi mano engrasada de motor, firmo en el blanco mármol.
Busco tocar el cielo, inspirándome en un horizonte de losas y varillas,
alzadas como manos al firmamento, construyendo futuro desde el barro.
Rezo con lo que tengo: una lapicera mordida y una calle sin asfaltar.
No habrá nada más divino que un guiso y un abrazo de mamá.
Si alguna vez mi poesía vuela, que no se olvide de quién le enseñó a caminar.
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