Estos días, después de un rechazo profundo que no llegó a marcarme del todo y del que ustedes se enteraron, sentí una cierta calma. No era calma. Más bien manía. Una cierta manía compusiva. Como si el foso en el que caí tuviese unos resortes y me impulsaran hacia arriba justo en el momento del golpe mortal.
Ayer leí el capítulo del jubilado, del Zaratustra de NIetzsche. Allí, el santo ateo se encuentra con un papa jubilado de un Dios muerto que todavía sigue extrañando. Pensé, con una comparación un poco baladí y del todo estúpida, de cuántos Dioses ya estoy jubilado y sigo extrañando por muertos.
Hace unos días duermo poco. Antes de anoche me clavé el doble de clonazepam y lo mismo con el hipnótico. Lo mismo no me hizo nada. Dormí unas cuatro horas. Me desperté para dar clases de filosofía. Después del medidía quise dormir una siesta y no pude. Tomé un clonazepam y tampoco. Acordé con una amiga, que le debía unos libros. Se los llevé y despúes fui a hacer Uber para despejarme un rato de quién sabe qué
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Comprar un cafecitoFernando Marasso
Licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y Profesor en Teología. Autista.
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