agarré tu mano, y en ese instante supe que ningún otro tipo de quiromancia podría igualar la precisión de lo que sentí. no había mapas ni manuales para interpretar aquel momento. no era bueno, lo sabía, y sin embargo, ahí estaba, leyendo un destino que no entendía pero que ya empezaba a doler.
tu línea de amor no corría paralela a la base de los cuatro dedos superiores, como si tu mano hubiera sido diseñada para un lenguaje distinto al mío. se arqueaba por debajo del pulgar, el mío, que apenas rozaba el tuyo en un intento inútil de traducción. la mía, en cambio, se extendía hasta perderse más allá de las muñecas, como si mi cuerpo insistiera en alcanzar un tiempo que ya no era nuestro.
me repetí, como quien conjura un hechizo inútil, que las viejas supersticiones no tenían peso en los días que compartíamos. pero no pude evitar crear otras nuevas, fundadas en la absurda lógica de tus gestos. tal vez si no hubieras reído de esa manera, tal vez si no hubieras dicho mi nombre con ese tono que parecía inventarme de nuevo, las cosas habrían sido distintas.
desearía haber sido más simple con vos; invitarte aquella copa de vino dulce sin sentir la urgencia de leer en sus restos algún presagio. desearía haber mirado el cielo con vos sin buscar figuras en las nubes, sin otorgarles la importancia de dioses diminutos que se burlaban de nosotros. sobre todo, desearía no haberte besado aquél día, porque en ese instante el mundo pareció incendiarse, y no supe si las llamas venían de nosotros o del aire mismo que se retorcía.
hubo algo en la forma en que el tiempo pareció plegarse sobre sí mismo, algo en el calor de tu boca y en la forma en que tus dedos se cerraron sobre los míos. era un incendio y una despedida. lo supe, aunque no quise admitirlo. después de todo, no hay superstición más cruel que la certeza de lo inevitable.
ahora pienso en lo que no hice. en cómo debí haberte disfrutado más, menos consciente de las formas, los signos, las líneas. debí haber dejado que la copa quedara vacía sin leerla, que el cielo fuera solo cielo, que el beso fuera solo un beso. pero ya era tarde, porque nuestras llamas habían hablado, y yo no tenía más remedio que escucharlas.
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