Como perro que da vueltas y vueltas sobre sí mismo y no sabe dónde echarse, así se siente a veces. No sabe dónde ir, ni qué hacer. Si le preguntás qué le pasa, probablemente conteste NADA. O tal vez te diga TODO.
Como una madeja enredada que hay que ovillar, así está. Se le mezcló la vida como si hubiese estado en una coctelera, o como si acabase de bajar de una montaña rusa. La náusea, el vértigo, la desorientación, querer caminar hacia adelante y andar para atrás.
Busca un nombre para lo que siente, pero no encuentra. No es tristeza, tampoco es angustia ni rabia, ni bronca, ni dolor…aunque le queme el pecho y sienta todo eso junto. No hay una palabra que encierre tantas sensaciones, tanta impotencia acumulada, tanto cansancio que se acabalga, tanta sensación de que nunca le toca la sortija en el carrusel, que lo único que consigue es el mareo al bajar.
En esos momentos busca la soledad, su compañera para los días en que todo está hecho un caos. Se le caen las lágrimas y termina llorando a mares por cualquier cosa que desate la catarata que aguanta. Una canción, un aroma, un rostro. Todos son detonadores que disparan la flecha que acierta en el medio del pecho.
Se permite el llanto, se acuesta en el piso y se hace un ovillo, se canta una nana, se hamaca, ríe a carcajadas, grita, aúlla, se retuerce, baila hasta caer de cansancio, hasta dejar que el sueño gane en la noche en que los fantasmas andan rondando. Duerme con tranquilidad, con la respiración pausada.
Mañana, cuando despierte, se sentará con paciencia a desenredar la madeja.
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