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    Mamá no me enseñó a extrañar

    Jun 10, 2025

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    Es la primera vez que vuelvo a Rafaela, y mamá no va a estar para recibirme.

    Se fue. A otro país, a buscar otro futuro.

    Uno distinto al que tenía acá, uno que eligió con el corazón en la mano.

    Y aunque la distancia se sienta, no la extraño. O mejor dicho: aprendí a no extrañarla.

    Porque mamá no me enseñó a extrañar. Me enseñó a entender.

    A entender la vida. En este caso, lo que es irse.

    Hay una diferencia profunda entre extrañar a alguien vivo y a alguien muerto.

    Extrañar a alguien vivo es esperar su regreso, armar un nido en la espera, tejer la ilusión del reencuentro.

    Extrañar a alguien muerto, en cambio, es esperar lo imposible. Es pararse todos los días frente a una puerta que no se va a abrir.

    Y eso es mucho más cruel.

    Enseñar a vivir no es imponer un camino, sino dar herramientas para andar el propio.

    Porque cuando intentás que alguien viva lo que vos viviste, lo haces desde el miedo, desde la necesidad de evitarle los dolores que vos conociste.

    Pero el dolor no se evita. Se entiende. Se abraza. Se aprende.

    Uno de esos dolores es la ausencia. Que alguien se vaya.

    Y pensar en la ausencia, es pensar en lo que quedó pendiente.

    Pero también es darse cuenta de que no todo lo pendiente se tiene que resolver. Que hay vínculos que se transforman sin cerrarse.

    Mamá me enseñó a vivir cada momento como si tal vez no se repitiera.

    A priorizar lo que me hace bien, lo que me enciende, lo que me arranca una risa o una lágrima verdadera.

    A elegir la felicidad incluso cuando el deber grita más fuerte.

    Incluso cuando la sociedad te empuja a quedarte.

    Ella eligió irse. Eligió su paz. Eligió la distancia con amor, no con desprecio.

    Y yo entendí que no se ama más a quien se necesita, sino a quien se deja libre.

    Que el amor no es un ancla, es un viento suave que empuja, acompaña, y si hace falta… deja ir.

    Entender esto me cambió la forma de ver el mundo.

    No está ausente. Está lejos.

    Y aún desde allá, me sigue enseñando que amar es permitir que el otro sea feliz, incluso cuando esa felicidad no te incluye en cada paso.

    No hay regalo más grande que ver a quien amás florecer, aunque no sea en tu jardín.

    Marcelo Bebyh

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