Cuando era chica mí mamá trabajaba en Microcentro. Hasta hace poco no supe qué parte de Buenos Aires era, pero mamá siempre lo explicaba como un conjunto de oficinas, así que yo me lo imaginaba algo parecido a Nueva York. Un poco influenciada por la cantidad de comedias románticas yankees que solíamos mirar.
Si bien en los últimos años he visitado Microcentro una buena cantidad de veces, nunca fui consciente de dónde estaba o, al menos, de que se trataba de aquel lugar que me pasé imaginando mis primeros diez años de vida. Lo único que sabía era que mamá viajaba mucho, que tomaba el subte y volvía en tren, que salía a las cinco de la mañana y volvía a las once de la noche; y que odiaba Capital.
No importa cuántas veces viaje a Capital, cuántas horas pase perdiendome entre sus calles, o cuantos recuerdos forme en ellas; para mí Microcentro siempre va a ser las camisas blancas de mamá, sus corbatas colorinches y el perfume de líquido celeste transparente que todavía puedo sentir entre su ropa.
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