Recuerdo leer un artículo donde se reflexionaba como nuestra madre ya no era un sujeto propio, como su personalidad se había convertido en ser únicamente nuestra cuidadora, esa personita a la que solemos llamar "mamá". Cuando Simone de Beauvoir hablaba de la alteridad dentro de la mujer, de como esta no se sabía definir ya que no era ni un sujeto ni objeto dentro de la sociedad, retrataba de forma perfecta lo que sucede cuando te conviertes en madre. Estás mujeres no solo sufren la dialéctica de la alteridad femenina, si no también la maternal. Ya no sabes si eres Liliana y si te gusta salir los findes con tus amigas porque toda tu vida gira alrededor de tus hijos, no de ti. Es tu nuevo título, tu nueva profesión.
Dentro de poco me iré de casa y mi madre no lo lleva especialmente bien. Sin embargo, me pregunto: ¿Quién demonios lo haría? Mamá lleva dieciocho años basando su personalidad en, justamente, ser llamada "mamá". A mamá se le ha olvidado ser sin mi. Se preocupó tanto en cuidarme que se olvidó de cómo solía cuidarse ella. Mamá me ve y observa cómo mi vida se despliega, como mis amistades se expanden, me hago mayor, me voy a vivir fuera, conozco el mundo y de forma precipitada me enamoro de él, de sus brillos y oscuridades. Y aunque sé que se alegra también piensa: ¿Dónde está mamá, dónde está mi amor? Yo crezco y me empiezo a conocer, mi nombre comienza a tener un significado. Sin embargo, durante toda mi crianza su nombre paso a ser un segundo plano para anteponer el título que le perseguiría el resto de su vida: ser mi madre.
La entiendo y veo sus miedos. Sé que es feliz por mi y mis avances, pero entiendo su dolor porque parece que poco a poco desaparezco, me escapo de sus finas manos y siente el olvido. Desde que soy un bebé ha visto cómo la he necesitado, pero es justo mi independencia –con la que ha soñado que tenga desde que nací– lo que la carcome y atormenta. Amo a mi madre, es una mujer fuerte y cariñosa que ha hecho todo lo posible para cuidarme como creía mejor. Me ha visto crecer, llorar y reír. Mi vida era suya. Sin embargo, mi vida es cada vez más mía ¿Si mi vida ahora es mía, pero antes le pertenecía, dónde queda su propia existencia, su propio nombre?
Su único papel no es hacerme la comida e ir a ver a mi tutor para comprobar que iba bien en el colegio. Liliana es mamá, no mamá es Liliana. A Liliana le gusta viajar, ir con sus amigas de compras y tomarse una sangría un sábado por la noche. Le gusta cantar canciones aunque no se sepa la letra y ponga el ritmo que crea conveniente. Liliana tiene que entender que aunque yo me vaya lejos sus brazos los buscaré en la distancia y que crecer no es sinónimo de olvido.
Ser mamá es una parte de su identidad, no ella completa. Liliana es Liliana, y luego de eso es mamá. Por otro lado, primero tengo un nombre propio, y luego, soy su hija. Porque nos queremos por las personas que somos y no por el título que nos han impuesto. Y lo bonito de eso es que nos querríamos aunque "mamá" no existiera, e "hija", tampoco.
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