Bajo un cielo del color de un moretón que se desvanece, el aire se densificó con la sensación de una tormenta inminente. Los malos presagios ya no eran susurros; eran un eco atronador en el vacío donde solía residir la esperanza.
Es el momento en que finalmente ves la fractura en los cimientos sobre los que construiste tu mundo, una claridad escalofriante de que el final no fue repentino, sino un lento e inevitable avance. Cada palabra pronunciada ahora se siente como una mentira que se desvela, una verdad demasiado dolorosa para contener, pero imposible de negar.
La resignación de que a veces las cosas que queremos salvar están destinadas a arder.
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