En su sombra me hundí como quien bebe un secreto. No era oscuridad lo que había en ella, sino un espesor tibio, como de tinta derramada sobre el cuerpo exacto de una mujer que aún no había dicho su nombre.
Su piel tenía sabor a madrugada y a promesa no cumplida, ese retrogusto que dejan los labios cuando han dicho demasiado o no han dicho nada. El roce de su muslo contra mi respiración era un conjuro que obedecía más al pulso que a la voluntad.
Su espalda era un mapa que sólo podía leerse con la lengua. Ninguna brújula habría servido; cada vértebra me guiaba por caminos que no llevaban a ningún lugar, y sin embargo, yo llegaba.
La habitación estaba en penumbra, o quizás era mi propio párpado entornado lo que la volvía irreal. Se inclinó apenas, el cabello le cayó como una lluvia lenta sobre el hombro, y yo supe que no había regreso.
Hasta que un golpe de luz rebotó en el lienzo. La mancha de óleo se deslizaba por el muslo que aún no existía. Solté el pincel, con el pulso jadeando como si hubiera amado.
Era la tercera vez que la pintaba. Y aún no lograba recordar si alguna vez, en verdad, la había visto.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión