En la penumbra de un cuarto ahogado,
donde los murmullos se desvanecen
como humo en la penumbra,
yace la tristeza encapsulada,
susurrando.
Madre,
en tu ausencia,
el vacío grita,
como un eco que nunca se apaga,
y cada rincón guarda el rastro
de lágrimas no vertidas,
de palabras.
Los recuerdos son constelaciones rotas,
brillando en la bóveda de la memoria,
donde el tiempo se arrastra lento,
bordando
cicatrices en el alma.
Tus ojos,
mares de insondable pena,
reflejan la sombra de lo perdido,
y en tus manos,
se enreda el destino de sueños
que nunca vieron la luz.
Cada suspiro es un verso sin aliento,
un poema encriptado en la piel,
y en el silencio,
resuena el lamento
de noches eternas,
de amaneceres grises.
Mama,
en tu abrazo ausente,
todo se queda,
como un pacto silencioso con el dolor,
en la fragilidad de lo humano,
en la esencia
de lo eterno,
donde el amor se desdibuja,
porque tiene tiempo para hacerlo
Todo se queda,
en la danza de los días,
en el susurro de las hojas caídas,
en el rastro invisible de tu sombra,
que aún acaricia el borde de mi ser.
En el crepúsculo de un día fatigado,
donde la melancolía pinta sombras
en los muros desgastados de mi alma.
Tus palabras,
enredadas en la brisa,
son pétalos de un amor distante,
flotando en la corriente invisible
de un río
que nunca encuentra el mar.
La noche abraza con su manto oscuro,
y en su abrazo,
todo se queda:
las miradas esquivas,
los silencios cómplices,
los besos no dados.
Todo se queda,
en la sinfonía
de lo no dicho,
en el murmullo
de lo perdido,
en la dulzura
de una canción
que nunca muere.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión