En aquella madre, el cuerpo cansado
y una voz hecha trizas hace 30.000 mil ecos
con sus nombres, ahí donde el silencio
hace el mayor ruido.
Son aquellos los nombres del recuerdo,
recuerdo de sus voces, resistentes al miedo,
y de sus rostros, ahora borrados
por aquellas pertrechadas manos de hierro.
Si este fuese un jardín de esta memoria,
lo que lo envuelve son flores oscuras,
que desangran vacío, que exigen saber,
quieren ser, quieren estar.
Ya no queda esperanza, se piensa
cuando escucha las noticias,
se oscurece más el recuerdo,
de cada página arrancada,
y de cada grito sofocado.
Flota en los aires de este marzo
la voz de los muertos,
sale de la tierra, sale del río,
persigue un porqué.
Persigue a ellos, de botas y medallas
que adornan su pecho,
¿Por qué ataron sus piernas, sus manos?
¿Por qué los hundieron, con el frío, donde
nadie podría hallarlos?
¿Por qué llenaron su cuerpo de marcas, y los
apilaron entre tierra?
¿Con qué moneda pagan los perpetradores
del infierno más hostil que puede concebirse?
¿Quién enmendará las lágrimas y la sangre,
los niños robados, la humanidad
desahuciada?
Que sea entonces, la blanca insignia
de los que aún estamos, y peleamos
por nunca callar, lo que los atormente,
no habrá jamás perdón u olvido en donde
esconderse, de aquellos que con sus manos
robaron.
Florezcan asi mil flores blancas, en el ahora
jardín de los presentes, y que donde hay
ausencia,
exista también el recuerdo de una lucha.
Que hasta en sus sueños los invadan
las caras de las flores del jardín de los
presentes, y de los que quedamos de este
lado,
diciendo sus nombres
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