un dolor de estómago me consume,
afilado como una daga sin nombre,
recorre cada rincón de mi abdomen,
y me doblo en plegarias,
rogando que esto termine.
es mi cuerpo entregándose al oscuro baile,
a la negrura que me llama,
a lo incierto,
a la madre muerte
que espera paciente en la puerta.
los ojos se esfuerzan en escapar de sus cuencas,
hastiados de esta humedad perpetua,
cansados de ese tono rojo que se extiende,
que se vuelve sangre viva,
y cubre todo.
y entonces, todo se desvanece:
mi alegría, mi amor,
mis ganas de seguir siendo,
pero la tristeza siempre se queda,
fiel, inseparable,
presente en mis risas vacías.
es mi amiga más cercana,
mi íntima enemiga,
y la que más desprecio.
si pudiera arrancarle el corazón,
ese que late tan vivo,
porque esta tristeza nunca se rinde,
si pudiera,
lo cambiaría por el mío,
ya negro, podrido,
devorado en alguna noche lejana
que mi mente ha borrado
como todo lo que una vez fue mío.
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