madre mía — sobre mártires

con las cuentas del rosario atadas a los dedos, susurro tu nombre como un credo olvidado. irónicamente, mis rodillas pesan al estar hincado, pero es mínimo comparado con el pesar que siento en el pecho, retumbando. ese día te sostuve la mano porque temía lo que harías si no lo hacía, y tal vez son mis incertidumbres las culpables, las que me incitan a asustarme sin motivo ni razón, pero a veces es mejor prevenir que lamentar.

no has abierto la boca si no es para decirme que sí, que te sientes mal. que no puedo hacer nada para detenerlo. la impotencia amarga y nos zamarrea, cual muñecos de trapo en manos descuidadas, obligándonos a mantenernos dóciles bajo sus dedos temblorosos. no quiero saber lo que piensas. a pesar de tener la intriga atragantándome con cosas que no-quiero-decir, ruego por un momento de alivio, un beso confortador, un acobijo lejos de la duda.

pero estas rodillas pesan. me hallo vacilando entre levantarme y dejarme caer, sin considerar lo mucho que me necesitas. ¿será imprudente correr?, me pregunto, por millonésima vez ese día. qué dicha debe ser no tener que titubear. ni siquiera me siento digno de estas lágrimas, cayendo sin permiso y manchando el banco. más de una vez debiste sentirte así, ¿no? como que el mundo se te venía encima y todo lo que podías hacer era escribir.

lo ridículo que me debo ver pidiendo por ti, cuando sé que los santos deben estar a tus pies— que los ángeles te siguen sin tener que reclamarlos. pordioseros a merced del alma más blanca.

te amo, te digo, sin esperar respuesta alguna. el sonido cae en oídos sordos y retumban por las paredes por igual, como si fuese un ruido ajeno cualquiera. fingir que no me molesta ya no es opción, pero quisiera saber si te carcome tanto como lo hace en mi interior.

las ánimas bailan a tu alrededor y pronto mis súplicas serán escuchadas. y si tu dios me lo concede, este ciclo cerrará y no sufrirás más.

pero nunca está de más rezar.