Llora mi alma al verte, madre mía, pues sé que en tu corazón cabe el mundo, y que cada lágrima es un susurro que en tu pecho se vuelve profundo.
Madre de los olvidados, de los tristes, tú, que sanas las heridas del corazón, no desoigas esta súplica dolida, cúbreme con tu manto de compasión.
Aunque el llanto me quiebre, y mis labios pronuncien palabras de amarga pena, sé que en tus ojos, claros como el alba, la esperanza florece y no se apena.

Brillo eterno.
La luz del sol se filtra a través de la ventana, suave y dorada, abrazando cada rincón con su calidez, como si intentara consolar las penas y resaltar las alegrías que se escapan.
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