Lunarea, donde nacen las palabras
Lunarea existe en los corazones de aquellos que sienten demasiado, aquellos que no hablan, pero saben más que nadie el valor de las palabras. Este lugarcito apartado en el universo aparece cuando más lo necesitas. Cuando te duele el alma Lunarea no es algo que se encuentra, Lunarea te busca.
Exactamente en otoño, cuando ya casi todas las hojas han tocado el piso, Velna, una pequeña poeta de Lunarea buscaba corazones rotos por las calles de un pequeño pueblo. No es como si los demás pudieran verla, más bien ella solo espiaba desde el gran árbol de las palabras.
Una de esas noches en las que se quedaba tiempo de más observando, un latido captó su atención como ningún otro. Entre árboles casi sin hojas, un muchacho caminaba lento, veía como de vez en cuando alzaba la mirada y le hablaba a la luna, en susurros, en secreto. Velna sintió en ella un latido diferente, un cosquilleo en la punta de los dedos. Y desde entonces comenzó a frecuentar el gran árbol más de lo normal, solo para sentir ese extraño calorcito en su corazón cuando encontraba al muchacho hablando con la luna. No sabía lo que decía, pero sentía que algo le dolía. Velna descubrió que el muchacho triste se llamaba Kael cuando, en una de sus “vigilancias”, escucho que lo llamaban de esa forma.
Pasaron días y Velna no lo soportó más, bajó del árbol con el pecho lleno, no de palabras, sino de temblores. Nunca había intentado hablar con alguien del otro lado, pero Kael no la dejaba en paz, ni la tristeza que se colaba entre sus sueños, ni la forma en la que miraba a la luna como si le pidiera por favor que lo dejara seguir existiendo. Así que se dejó llevar.
Lo encontró donde siempre, entre las calles rotas y los árboles desnudos, Velna se detuvo frente a él, Kael no la vio, no podía, no todavía. Con una hoja seca en la mano, ella escribió al aire “Si duele tanto, déjate llevar”. Las palabras volaron, se deshicieron en viento. Kael, se estremeció y no supo por qué, pero levantó la vista y por un momento creyó haber visto una silueta borrosa al borde del gris, sintió que algo lo estaba esperando.
Velna volvió con más palabras las noches siguientes. Fueron muchas, y Kael las recibió y guardó, hasta que en una de esas noches él susurró: “Déjate ver”. Velna respondió escribiendo en el aire “cerrá los ojos y confía en mí”. Kael lo hizo, sintió como agarraban sus manos con delicadeza y cuando abrió los ojos solo vio palabras flotando por todos lados en mundo extraño, era como si los sentimientos vivieran en el aire. Había casas hechas de versos, de poemas, de cuentos, las personitas y los seres mágicos construían palabras por todos lados.
“Bienvenido a Lunarea, Kael. Vení conmigo.” Velna extendió la mano y él la tomó, el corazón de ambos latió en sincronización. Llegaron al Gran árbol de las palabras, Kael, de alguna forma sentía que ese lugar era donde debía estar. Velna, sin hablar, le entregó una hoja seca y un lápiz. El gran árbol comenzó a mover sus ramas, Kael escribió “mi alma lloraba, y ella con sus palabras me curaba” Las ramas se llevaron la hoja, convirtiéndose en una parte más de Lunarea. Kael por fin sintió que todo su dolor, por un momento, se apaciguaba. Y Velna, encontró sentido a las palabras que alguna vez consideró pérdidas. Ese otoño sería el más especial para ambos, algo se fue, y ellos se encontraron.
Lunarea tiene planes para todos, cada uno de nosotros nació del gran árbol de las palabras y terminaremos entre sus ramas cuando nos duela el alma. Cada otoño, Lunarea suelta palabras en forma de hojas. Cada vez que camines por las calles repletas de ellas, recuerda que cada hoja tiene una historia, un sentimiento, un dolor, una persona. Y que una de ellas puede ser tuya.
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