He viajado mucho, por diferentes ciudades, por países cuyo nombre no recuerdo. He vivido, tiempos mínimos, en todos los continentes. Conozco todas sus costas, todos sus centros. He existido allí, en sus días y sus noches. Vi salir y ponerse el sol en tantos lugares que creo que él me conoce mas a mi que yo, al mundo. Y aunque en muchos de estos espacios planetarios he visto Lunas increíbles, de colores inimaginables, de tamaños tan diversos como la cantidad de lunares en tu piel, hay una Luna por demás bonita en la república argentina. Es tan espléndida que si la miras de cerca, o por un rato muy largo, puede dejarte sin aire. Si le das la espalda, puede que te llame con su resplandor para que te pongas a bailar un pala pala. Vos podrías imitar a la paloma y yo, ser tu cuervo. O al revés. Me da lo mismo mientras esté contigo.
Te he buscado en cada reflejo de mi amiga Luna. Se ve que no la miramos al mismo tiempo, pues tus ojos no se ven en ella. Quizás deba seguir viajando. Es que me tiene engatusado. Cada vez que lo intento, aparece y es como si me obligara a quedarme acá. Quizás estás viniendo y su hechizo en mí es una señal del universo. ¿Estás por llegar?. No se ni para qué lo pregunto, si nunca me responderás. Ojala pudieras escuchar mis charlas con Luna, casi todas son sobre vos o sobre mis recuerdos. Algunas noches me siento en las cumbres para estar extrañamente cerca de ella y contarle mis deseos y anhelos más chiflados. A veces, es una gran confidente y acepta todos los disparates que yo expulso de mi boca rabiosa y ansiosa por tu compañía. Otras, me sirve de espejo, pues me juzga más que yo a mi mismo. Y mira que eso es… mucho.
Este es mi primer invierno con ella como amante. Naturalmente, en esta época aparece más temprano. El otro día, comprando papas, escuché en el pueblo que el valle es un gran lugar para verla hacer la danza del frío. Decidí, al instante, dejar los tubérculos en la casa y correr a esa llanura entre montes para encontrarla. Tenía muchas cosas que decirle. La amaba. Necesitaba que ella lo supiera. Quería bailar para conseguir frío con ella. Corrí y corrí, hasta que las piernas se me doblaban por el esfuerzo. La sed mataba mi garganta, seca por el clima cálido, aún en invierno. Llegué. Milagrosamente. O malditamente, porque cuando gire sobre mis pies para expresarle todo mi amor, dos gigantes brazos la abrazaban. Juntos, oscilaban a su luz, llamando al frío que mi corazón emanaba. Lloré, no voy a negarlo. Creo que ella no llegó a verme, o escucharme, cansado, parado ahí, lagrimeando. Sobando la poca energía que caía por mis ojos. Me despedí en voz baja, para no arruinarles el momento.
Esa fatídica noche, tomando mis pocas pertenencias y mi bolsa de papas, me fuí. Me fuí a buscarte nuevamente. La Luna tucumana me engañó, pero no por eso deja de ser la más linda que he conocido. Más linda que vos, incluso. Lo digo porque nunca leerás esto. También porque es verdad. Ese satélite plateado me ha enseñado más de la vida que cualquier otro elemento de la naturaleza. Más que mi padre y mi madre juntos.
Decidí no luchar por ella. Se veía muy feliz entre los fuertes brazos de la montaña. Mis brazos nunca podrán igualar aquellos. Para vos, también, nunca fueron suficientes. Quizás el problema no sea yo, sino mis brazos que no saben abrazar lo que el mundo les presenta de regalo.
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