Volver en el auto de noche siendo chica luego de ser insignificante en una fiesta, tu cien apoyada en el vidrio, tu boca tiene en la punta de la lengua los sentires y verdades mas puros que estan a punto de convertirse en metaforas en sueños que no vas a recordar si los dejas irse, antes de que la masa inexplicable e infinita del inconsciente la atrape y la escupa años mas tarde en un momento muy vulnerable o no tal vez alguna simple tarde de verano vas a estar recostada en la cama, de fondo el ruido del ventilador te va a hacer ensoñar un poco y en ese momento como una inundación no deseada, la verdad llego.
La huella viva de la verguenza atrapada en mi ventana crece como musgo en mi piel, nunca termina de irse, el borde de la ventana contiene menguantes sueños que temo no poder cumplir o merecer. El deseo es lo mas contradictorio que senti en mi vida, tengo tanto miedo de mostrarme que hay ebullicion que brilla todo el tiempo dentro de mi pecho pero que se aplaca contenida como un desesperado hombre para mantener a su amante, tratando de cazar la presa perfecta, como si de eso dependiera todo, como si por esa seguidilla de acciones pudiera llegar a saciar el hueco que tiene dentro, que mide lo mismo que la distancia que nos separa a nosotros con las estrellas, la que el poeta deprimido mantiene con sus sueños cuando se encierra en un banco a trabajar, la misma que mantienen esas mujeres que toda su vida solo se gritaron con su madre, cada vez que oyen el paso del amor rondando su presencia se suben al auto y vuelan en la carretera, la que mantiene jim y la vida porque algunos simplemente no pertenecen a este mundo -pero el mundo que trata de ser cuerdo y todo el tiempo reprime-, la que mantiene el que esta recuperado con el whisky en sus malos días.
Podría morir en un estanque de agua haciendo un show, para que nadie me salve pero para cumplir el deseo hirviente e hiriente de ser vista alguna vez.
Tengo en mi espalda la carga de la frustración ante el dolor de mi familia que nadie supo sublimar, tengo mis manos atadas y mis ojos puestos en la mirilla de la puerta de mi casa que da a la vida, tengo la imagen de las manos de mi abuela con sus manchas y su dorso tan liviano como una pluma, tengo la tristeza dentro de mis órganos por la convicción que te da la vida que ciertos momentos felices ya no seran de nuevo, tengo unos pies torpes que al subir al podio no sabrían que hacer porque nunca estuve ahí. Parece que tengo mucho pero lo más tangible es el miedo a enloquecer en el rincón más recóndito de la tierra, en donde alguna extraña entidad me castigará -latido rojo de la traicion- y repetirá como una película trabada una y otra vez los escenarios más dolorosos de mi infancia, asi entonces como solia creer unos movimientos de agujas de relojes para atrás, nunca voy a escapar, la vida eterna en el dolor.
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