hay un universo entero allá afuera, dispuesto a doblegarse ante tu mirada— ¿es impresionante, o sólo realista? orbitas con tu propia energía alrededor de mí, me atraes, me clavas y me mareas: haces que mercurio se pregunte por qué no goza de aquella habilidad de mantener a la gente sobre su eje, pies clavados sobre un suelo firme.
júpiter musita entonces— “¿caminar?, ¿sobre qué suelo?” y te das cuenta que, nuevamente, existe envidia en la manera en la que escupe aquellas palabras. pues tú no eres un planeta, pero conviertes cada parte de ti en un hogar portátil; eres un planeta (que brilla como una estrella) que habita dentro de otro, haciendo que las entrañas de la tierra se retuerzan de orgullo— mercurio ya no es el dueño del fenómeno del doble amanecer: las nubes le dan paso al sol, y yo, a sabiendas que tu brillo no tiene nada que envidiarle, te exhibo para probar mi punto.
“¿qué hay de venus entonces?” preguntaste— algo tan tú que comenzaba a sentirse familiar y reconfortante. pero venus no te envidia ni admira: te necesita. eres el corazón que bombea sangre en las venas de su suelo: eres venerada, pero no como un trofeo, si no como la única que podría hacerle justicia al apodo del lucero del alba.

venere e(s) hogar
un día, me enamoré tanto, que decidí declarar que el planeta del amor le pertenecía a ella— a nosotros, aquellos que forjamos con perseverancia
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