No sabés lo que es remar sin agua,
con los brazos cortados de tanto tirar del aire.
Acá, en el fondo de la ciudad,
donde el colectivo no pasa después de las diez
y las casas lloran humedad como viejas sin consuelo,
vivimos al día, al filo, al borde.
No hay poesía en la pobreza,
hay olor a gas, a aceite viejo,
a desesperación en la mirada de mi vieja
cuando cuenta las monedas como si rezara.
Y nosotros,
con las manos llenas de cortes y de mugre,
nos mentimos que algún día
el Roca nos va a llevar lejos,
aunque sea a otra villa, con otra vista.
Mi amor duerme con un ojo abierto.
El otro lo perdió en una pelea por un pucho.
Cuando me besa, me deja sangre en la lengua.
Y aún así la amo.
Porque cuando me abraza,
me olvido por un segundo
que estamos rotos.
Anoche soñamos que nos íbamos.
Que corríamos por el bulevar
como dos fantasmas sucios,
riendo sin razón,
como los que ya no tienen nada que perder.
Pero amaneció.
Y el sol entró como un cuchillo
por la hendija del techo de chapa.
Yo sé que no hay final feliz en esta historia.
Ni lo busco.
Solo quiero seguir despierto,
aunque sea a los gritos.
Aunque me sangren los dedos
de tanto aferrarme a una ilusión hecha de humo.
Nos dicen que no dejemos de creer.
Pero creer es un lujo.
Acá no se cree.
Se sobrevive.
Se escupe.
Se resiste.
Se ama con odio.
Se duerme con miedo.
Y se sigue.
Como una herida que nunca cierra
pero igual no te mata.

Giovanni Battista Manassero
Escribo para encontrar lo extraordinario en lo cotidiano, entre el absurdo, la nostalgia y el mate bien amargo.
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