Los primeros fríos

El tango queriendo salir de tu radio por las madrugadas, el ruido al destripar un vino empezando por el corcho para recibir otra mañana de semana, nuestro tercer tiempo después de cada cena, los cigarros robados, las mañas que inocentemente te copio, nuestros miedos que teníamos en común, tu honorable hombría que buscabas heredarme, el centelleo en tus ojos al descubrir en cuánto podíamos coincidir y la vocación por subsanar aquello que sabíamos en lo que no.

Nos llamamos los primeros fríos de Miguel Blay, fuimos Lázaro y el capellán, Defino y Gardel; Flor de durazno, El tango en Broadway, Cuesta abajo; Los Panchos, Rosamel Araya, Alberto Gómez, el Polaco Goyeneche; el respeto en el silencio, el "no puedo" fuera de tu lexicón, la veneración hacia el dolor del otro y la obligación de esconder el de uno, las quejas bajo mutismo y los halagos en público, el hablar con los ojos para mostrar que aunque empezaste a perder la vista, no perdiste nunca la mirada, y el remordimiento de no saber cómo empezar esta carta más no querer terminarla, has sabido legarme, y con total orgullo, he de hacerle honor, abuelo.

Con esta dulce pero triste devoción, me disculpo por partir, abuelo, volveré a casa más no sé cuándo, solo espero de todo corazón, que para cuando la fecha se nos arrime, estés ahí, esperándome, con tu mate de palo o nuestros vasos individuales que con uva y alcohol sabíamos mojar.

Y aunque trizas se me haga el corazón, incluso si un "perdón" me baila en la lengua rogando por salir para ser escuchado, sé que ahora no puedo, pero podré, yo que siempre manché la suela de mis zapatos adrede para luego mirar atrás y recordar el camino de vuelta, me las ingeniaré para enmendar esto, solo, no me dejes, que al cielo le sobran estrellas, y a mí me sobra amor para vos.

Para Raúl Dominique, con mucho amor, Nicolás, tu nieto.