Después de la insistencia de muchos amigos, voy a contar esta historia. Quizás no es la que más me enorgullece, entiendo ahora con el tiempo que es muy probable que aquella versión joven de mí mismo haya cometido errores que hoy no repetiría. Sin embargo, he decidido por fin contarla tal cual fue, es la historia del día que me metí al loquero a pasar la noche. Y le voy a decir así, aunque esté mal, el concepto general de este cuento orbitará alrededor de “la locura”.
A esa edad (19, 20) nada importa mucho, los límites se hacen difusos y todas las ideas, por más malas que sean, tienen como respuesta final “¿y por qué no?”. En aquellos años me gustaba salir mucho a un antro bien rockero, con el solo objetivo de emborracharme lo máximo posible cantando temas de Los Redondos hasta que me arda la garganta. Cada vez que salía del lugar, rondando las 5 de la mañana, caminaba vagando entre lo que quedaba de la ciudad. Siempre que hacía esa caminata, pasaba por el hospital psiquiátrico, una propiedad enorme, con jardín adelante, tapiales altos y una enorme puerta de rejas, detrás del jardín se erguía un edificio espantoso de unos tres pisos. No sé por qué, realmente me lo preguntaba y no encontraba respuestas, pero me fascinaba ese lugar. Me paraba a mirarlo, era una mezcla de temor y curiosidad. Después de quedarme parado un rato sin hacer nada, me iba y me decía a mí mismo “algún día me voy a meter”.
Una noche ocurrió, llegué, le di un par de miradas al tapial y encontré un saliente que serviría a la perfección de escalera para llegar a la cima y pasar al otro lado. No quise pensarlo demasiado porque me iba a volver a acobardar. Así, con una borrachera galopante y viendo tres salientes al mismo tiempo, pegué el salto y llegué arriba. Estaba muy oscuro, casi no se veía, no sabía como bajar, así que salté y caí en el pasto. Me doblé un poco el tobillo, pero nada grave, al menos no en ese momento, al otro día tenía el pie como una pelota de tenis. Hasta ahí todo marchaba sin problemas, pero antes de que pueda enfocar un poco la visión, un grito me hizo salir el alma por la boca:
-¡Capitán, aquí soldado del regimiento de infantería José María Rosendo!
En ese momento me pasaron dos cosas al mismo tiempo, primero se me pasó el 90% de la borrachera por el susto, y segundo, casi inexplicablemente y sin ningún tipo de sentido, me sentí inmediatamente parte de un mundo paralelo que ya me había absorbido. Por eso, sin dudarlo le respondí con un tono mucho más bajo:
-Descanse soldado. No hace falta hablar fuerte, el enemigo puede oír-
El hombre tendría unos 55 años. Era pelado y vestía uniforme del ejercito. No había que ser ningún genio para comprender que aquel extraño era un ex combatiente de la guerra.
-Si mi capitán, a sus órdenes capitán, espero instrucciones capitán- dijo ya con un tono mucho más suave y sin quitar la mano extendida de su frente. En ese momento, un poco más tranquilo, miré el panorama, el espacio era realmente enorme, había unos bancos de cemento repartidos de forma aislada y un par de faroles que alumbraban de manera muy tenue. Aproveché a mí amigo y le dije:
-Soldado, necesito recorrer un poco el cuartel ¿usted puede guiarme y además protegerme?
Al hombre se le iluminaron los ojos, casi que estuvo a punto de llorar, se quedó en silencio unos segundos (silencio que por cierto me dio algo de temor). Después, y nuevamente levantando un poco el tono de voz olvidando la orden anterior, me dijo:
-Es un honor capitán guiarlo por el cuartel, quédese tranquilo que aquí nadie le va a hacer nada- Emprendió la marcha en dirección al edificio y yo fui detrás de él.
En el medio del jardín nos encontramos con un hombre un poco más joven que el soldado y un poco más viejo que yo. Tenía el pelo largo hasta la cintura y vestía chaqueta de cuero muy gastada. Apenas me vio, se acercó, mi soldado protector atinó a interponerse en el medio, pero yo le palmeé la espalda para indicarle tranquilidad y que dejara que el hombre se acerque.
-Muy buenas noches, señor, yo soy Mick Jagger ¿con quién tengo el gusto?- me dijo mientras estrechaba mi mano. Antes de que yo pueda responder, el soldado lo hizo por mí:
-El es mi capitán, señor Jagger, viene a hacer una supervisión del cuartel- Mick pareció entenderlo sin hacer ninguna pregunta, pero claro, las preguntas las tenía yo.
-Así que Mick Jagger ¿y te sabes alguna canción que me puedas cantar?
-No, yo no canto- dijo
-¿Bailas? ¿Haces alguno de sus pasitos?
-¿Pasitos de quién? No se con quien me confunde señor capitán, yo soy Mick Jagger.
La conversación se tornó fascinante, el tipo decía ser Mick Jagger, pero no cantaba ni bailaba ni nada, era otro Mick Jagger. Antes de aceptar que nuestra conversación se encontraba en un punto muerto y seguir mi camino, el hombre me pidió un cigarrillo que por supuesto le di y encendí con todo gusto. Cuando nos alejamos unos metros pude oírlo cantar en un perfecto ingles y una hermosa tonalidad el tema Angie de los Rolling Stones.
Me sentía en el cuento de Alicia en el país de las maravillas, cualquier cosa podía pasar allí dentro, y mi inconciencia sumada al resto de borrachera que perduraba en mi organismo y mi soldado protector anulaban todo el posible miedo.
Entramos en el edificio por un pasillo ancho con habitaciones de ambos lados, en la tercera de la derecha había un hombre parado, lucía bastante mayor, canoso y de téz morena, con cara de cansado, al acercarnos saludó con total calma:
-¿Qué tal José María? ¿Cómo dice que le va? ¿Un amigo nuevo?- preguntó como cualquier vecino, no noté nada fuera de lo ordinario en él. Mi acompañante una vez más tomó la palabra:
-Ningún amigo. Este es mi señor capitán. Viene a hacer una inspección- esa sola frase bastó para quebrar por completo aquel extraño minuto de “normalidad”. El hombre mayor rompió en llanto y se arrodilló ante mí. Me repetía ahogado “por favor, no la saquen, no la maten, se lo suplico, es lo único que tengo”. Yo no sabía que hacer, me quedé mudo. Traté de calmarlo:
-Tranquilo, hombre, no vamos a matar a nadie ¿por qué se pone así?
-Es que tengo una amiga en la habitación, que me visita todos los días, pero no está permitido, y usted viene a supervisar y ahora todo va a salir mal y no la voy a ver más- me dijo aún llorando.
-¡Ahh picarón! Con que era eso, anda a los arrumacos con una dama.
-Nooooo- me interrumpió casi con desesperación – Acá no nos acercamos a las chicas, los varones por un lado y las chicas por otro. Mi amiga es otra, vengan, pasen, les voy a mostrar.
Dudé un poco la verdad en entrar con dos internos del hospital psiquiátrico a la habitación de uno de ellos en plena madrugada, la verdad, si lo pensaba un poco, todo lo que estaba haciendo estaba mal, pero ya estaba ahí, y me colmaba el entusiasmado . Entramos.
-No sé si va a querer salir, porque es un poco tímida con las visitas- dijo el hombre mayor- Piñata…Piñata…¿querés salir a saludar a José María y el capitán?- nada ocurría, le escena de tres tipos llamando a una tal Piñata, era espectacular si alguien la veía desde afuera. En un momento el interno sacó de su bolsillo un trocito de queso pequeño y dijo: -ahora con esto va a venir…Piñata….
De debajo de la cama salió a toda velocidad una rata que se fue automáticamente hasta los pies del hombre, trepo y se le posó en la mano a comer el queso. Por supuesto que aquello era lo que más miedo me había dado hasta el momento, sin embargo estaba estupefacto con la situación. La rata luego de comer el queso se quedó en la mano del hombre que la acariciaba con el dedo índice como si fuera un perrito.
-Le puse Piñata porque me divierto mucho con ella. Una vez estuve en un cumpleaños cuando era chico y había una piñata, y me divertí mucho con la piñata, por eso le puse Piñata a mi amiga. No me va a quitar a Piñata ¿verdad capitán?- me dijo con toda la ternura que un ser humano puede expresar. Casi quebrándome le dije: -No, no, tranquilo, quedesé con Piñata, tenga cuidado de no acercarle tanto la boca y lávese las manos después de estar con ella- vi que se me venía encima con rata y todo a abrazarme así qué interrumpí ordenándole a mi soldado que continuemos con la recorrida del cuartel.
Llegamos hasta las escaleras y mi acompañante se detuvo súbitamente.
-Lo siento mi capitán, pero subiendo las escaleras está el pabellón de las damas, no podemos entrar ahí, es una regla que seguimos de manera muy estricta en el cuartel. Pero usted tiene la autorización para hacerlo supongo.
Por supuesto yo ya estaba en rol de capitán, así qué, claro que tenía autorización, subí sólo para seguir con mi recorrida. El pasillo era igual al de abajo, pasé caminando varias puertas cerradas hasta que encontré una abierta, adentro había cuatro mujeres de distintas edades, todas adultas entre 30 y 60 supongamos. Lo primero que identifiqué es que una de ellas (la que aparentaba ser mayor) tenía puesto un gorrito igual al del chavo del 8. Ni bien crucé la puerta una de ellas dijo eufórica:
-¡Ahí está! ¡Él puede ser Doña Florinda! Pase, pase por acá..- me metieron en la habitación y cerraron sin dejarme responder ni una palabra.
-Bienvenido a la vecindad, yo soy El Chavo, ella es Don Ramón, ella Quico y ella el profesor Jirafales. No podíamos empezar nuestra obra sin Doña Florinda. Nadie iba a defender a Quico ni a golpear a Don Ramón ni a enamorarse de Jirafales y el chavito quedaría triste en una vecindad aburrida.
En aquel momento (año 2009 más o menos) había otra concepción general de los géneros, la sexualidad, las mujeres, los varones, nadie había aprendido demasiado. Bueno, ahora tampoco, pero en aquel momento menos. Recuerdo que les dije:
-¿Por qué ustedes hacen personajes de varón y yo de mujer?
Quico me respondió:
-¿y por qué no?- sonreí y entré en mi papel de la vieja chancluda. Además yo siempre fui fan del chavo, me se todos los diálogos de memoria ¿Qué más quiere el pato que lo tiren al agua?
Antes de empezar, la joven que iba a interpretar al maestro Longaniza sacó de debajo de una cama una chapa vieja y dijo:
-Yo tengo esto, que podría ser de una nave espacial. No sé que les parece.
Todas me miraron a mí, como buscando una autoridad ajena, quizás intuyendo que yo no vivía ahí con ellas. No lo dudé ni un segundo y les dije que por supuesto. Siguiendo la lógica de los roles invertidos ¿por qué no podía también aterrizar un ovni en la vecindad? Antes que empecemos con nuestra obra, algo ocurrió, ingresó a la sala la única persona que podía interrumpir, en este caso bien podría ser el señor Barriga, una enfermera. Entró con una bandeja llena de vasitos plásticos con pastillas, se detuvo al verme.
-Vos debes ser el nuevo ¿no? Quizás no te lo explicaron, pero los varones y las mujeres a la noche están separados, no podes estar acá.
Antes que pueda siquiera intentar a empezar a pensar algo para decir, las chicas saltaron por mí:
-Noooo, por favor Grace. Es un ratito- dijo la mayor.
-Él va a hacer de Florinda- siguió la que interpretaba a Ramón. Cerró Quico diciendo:
-Ándale, ándale, ándale ¿siii?
Grace, con cara de muy pocos amigos, repartió las pastillas y se retiró soltando un simple “pórtense bien”. Incluso me dejó un vasito con píldoras a mí, dudé en probar alguna, pero hubiese sido ir demasiado lejos, al menos en ese momento.
Estuvimos creo que una hora jugando al chavo entre mates, coscorrones y cachetazos muy bien actuados y risas que nos hicieron doler la panza. El ovni encajó perfecto en la historia, desatando un montón de teorías extraterrestres en medio de la clásica trama de comedia. Me fui con un cálido abrazo de cada una y prometí volver para recrear algún capítulo de la escuela, me comprometí incluso a hacer de la Chilindrina.
No obstante, la presencia de la enfermera y el hecho de que ya me estaban confundiendo con un interno, me hizo dar un poco de miedo. Quizás hasta me dejaban ahí, mi mamá se iba a preocupar. Así qué decidí irme por donde vine.
Cuando llegué al tapial me di cuenta que de este lado no había saliente y se me iba a complicar trepar para salir, al lado había un árbol así qué decidí trepar. Nunca fui muy hábil, logré subir apenas un metro y me quedé sin ideas. En medio de toda esa lucha absurda con el árbol, apareció mi soldado.
-¡Capitán! ¡¿Qué hace?!
-Soldado, que bueno que lo veo. La cosa es que me tengo que ir, la inspección del cuartel es 10 de 10. Pero tengo que seguir mi camino, intento saltar…
-Pero capitán, óigame…
-Si usted me ayuda a elevarme un poco quizás alcance la rama más alta para saltar…
-¡Capitán! Disculpe la insubordinación ¿puede mirarme un segundo?
Fue ahí cuando hizo dos pasos hasta la reja, la abrió como si nada y me señaló con la palma la calle para que salga. Me quedé helado, caminé despacio, cuando llegué a la puerta lo miré y le dije:
-La puerta está abierta. Ustedes se pueden ir de acá cuando quieran- José María me dijo algo que me dejó paralizado:
-Capitán, yo estuve en la guerra ¿a usted le parece que quiero volver ahí?- le di un abrazo y salí con el sol de frente en la cara. Cuando hice unos metros, el soldado me gritó:
-¡Capitán! Vuelva cuando quiera a hacer otra inspección. Estamos muy solos acá- le sonreí con lágrimas en los ojos y me fui.
Podría terminar esta historia con un montón de mentiras de colores. La realidad es que nunca volví, pasé cientos de veces, miraba, imaginaba que estarían haciendo mi soldado, Jagger, el amigo de la rata y el elenco del Chavo. Pasé por la puerta durante años, incluso preguntándome si seguirían vivos. Nunca volví a entrar por miedo, no miedo a ellos, miedo a mí, a querer quedarme a jugar libre para siempre ahí adentro y no estar encerrado acá afuera, con todos los locos.
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