las luces de la autopista son dientes de oro
y yo camino descalza sobre la lengua del invierno,
susurrando nombres que ya no me pertenecen.
cada uno de ellos fue un lobo con el hocico tibio,
esperando el momento exacto para comer.
y yo, una presa con el alma abierta,
pensando que esta vez, esta vez…
pero los lobos cenan temprano,
y yo siempre me quedo después,
mirando el mantel manchado de rojo,
con un tenedor en la mano
y el estómago vacío.
ellos no miran atrás cuando se van,
no piensan en la carne que dejaron temblando,
ni en el eco de sus nombres en una boca cerrada.
ellos ríen en autos veloces,
encienden cigarrillos que nunca se apagan,
siguen, siguen, siguen—
y yo soy solo una canción que nunca terminan de escuchar.
si les pregunto, dirán que no sabían,
que nunca lo pensaron,
que no hubo nada cruel en la manera en que besaban
y luego desaparecían.
pero yo sé.
yo sé que los lobos cenan temprano,
y que la última mordida es siempre la más suave.
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