Domingo de bajón, de esos que te pegan,
con la resaca del mate y el alma hecha trizas,
la tele murmura con voces que reniegan,
y la tarde se estira, como vieja cicatriz.
La plaza vacía, sin pibes ni risas,
el barrio en silencio, de mate y facturas,
los autos dormidos, la calle sin prisa,
y el sol que se esconde tras viejas cortinas.
El olor a asado se pierde en el viento,
y en la mesa, el vacío de charlas de antaño,
el perro que duerme, ajeno al tormento,
de un domingo que arrastra su eterno letargo.
El domingo se siente en el pecho, pesado,
como un tango que suena en el viejo parlante,
y el cielo encapotado, de gris apretado,
refleja la tristeza de un barrio distante.
Los recuerdos afloran, en cada rincón,
de amores perdidos, de tiempos mejores,
y en el aire se siente esa misma canción,
que entona la pena en sus largos dolores.
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