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    Los dias del silencio

    virginia

    Abr 20, 2025

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    Los dias del silencio
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    El problema con salir con escritores es que habitan otros mundos. Y no siempre te dejan entrar en ellos.

     A veces la miraba irse sentada en su escritorio. Podía pasar horas enteras ausente, escribiendo. De pronto se volvía una extraña, y yo pasaba varios días con una desconocida adentro de mi casa. No hablaba la mayor parte del día. Apenas si se acurrucaba para dormir. Esos días su mente se iba a otro lado, y yo no podía ir con ella. No teniamos sexo ni charlabamos de temas demasiado importantes. La casa se llenaba de silencio e incluso si cruzábamos miradas, me miraba buscando otra cosa. Algo que no era yo. Me quedaba paralizado frente a sus ojos esperando ver si había regresado. Pero no estaba. O aún no había vuelto. Sus ojos narraban, construían diálogos mientras se detenían en las cosas, y no se detenía en nada durante demasiado tiempo. Esos días yo adquiría carácter de cosa: de mueble, de árbol, de estanque. De algo que estuviera buscando. 

    Muchas noches la veía secarse el pelo mientras pensaba; después cruzaba el pasillo construyendo un párrafo como si yo no existiera.

    Si yo no hubiera sabido que eso era parte de quien era, me hubiera vuelto loco tratando de entenderla. De descifrarlo. De ver si en sus actitudes había un mensaje encriptado sintiéndome profundamente abandonado. Atando cabos. Sobrepensando. Reflexionando en que incluso la paciencia es un ejercicio que tiene límites y que hasta los corazones más enamorados también se cansan.

    Pero todo estaba hablado, me lo dijo a los 4 meses de empezar a salir: cuando escribo me voy. No te asustes. Puede durar días. 

    Con el paso del tiempo entendí a qué se refería. 

    Días previos a sus viajes empezaba a notar como perdía nitidez en los espacios que solíamos habitar juntos. Su peso se iba a otro lado, se volvía más liviana. A veces sus desapariciones duraban una semana, quince días. Un mes. Incluso dos.

    Teníamos una palabra clave: jueves. Si yo la pronunciaba, ella terminaba su viaje y volvía antes de tiempo porque pasaba algo que ameritaba urgencia. Un accidente, un tramite. Una angustia repentina.

    Nunca la use. No fue necesario.  Habíamos construído un fuerte tan solido que cada uno sabía lo importante que eran los viajes internos. 

    Me hubiera encantado decir que algo de todos sus viajes me inquietaba. Pero me resultaba extremadamente encantador.  Me gustaba describirla en esos días que la miraba escribir de perfil. Guardarla en la memoria sentada en el sillón con el ceño fruncido concentrada leyendo, subrayando. Escuchando el teclado que llenaba el comedor de un sonido que ahora solo puedo asociar a ella.

    Era algo tan íntimo de ella y me lo había compartido. Ahora solo lo sabía ella y yo. Y yo formaba parte de algo extremadamente importante: su ritual de escritura.  Me había enseñado que algunas cosas pueden verse como descortesía desde afuera, pero no lo son si uno aprende a explicar los motivos con cuidado, tanteando el territorio de la vulnerabilidad del otro. El día que me lo dijo, habíamos estado toda la tarde en el sillón jugando a sacarnos las medias cuando nos descuidabamos. Charlando sin rumbo. Llegando a territorios inexplorados como cada vez que nos reíamos. Me tocaba la cara y me hablaba con la suavidad propia de la gente amable, y yo aprendía en su tacto que es así como se dicen las cosas que no se sabe todavía si serán dolorosas de entender para el otro: con cuidado

    Despues como si nada, una mañana volvia. Me abrazaba de atrás en la cocina y yo entendía la señal. O entraba por la puerta y me buscaba los ojos. Entonces empezábamos el ritual de acercamiento y bienvenida: me contaba dónde había estado y lo que había visto. Me decía con las manos cuánto me habia extrañado, y nos enredabamos en una conversación tan íntima que ya no hacia falta hablar. Volvíamos a la intimidad sexual con la misma esgrima de quienes llevan demasiado tiempo conociéndose.

    La alegría era eso: escucharla abrir la puerta con las llaves de mi casa.





    virginia

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