A veces pienso en el tiempo
y los uso de ejemplo
para explicarme cosas que no entiendo.
Me genera desazón
que caracoles pierdan su caparazón
sabiendo que días antes
sobre sus orillas y bajo la luz del sol
lucían su fuerte protección.
Me enceguece la bruma
que se enciende con la espuma
y en cuestión de segundos
deja nublada a toda una comuna.
Me sorprenden los saludos
que aparecen para dejar desnudos
a pobres cangrejos menudos.
Me desconciertan los abrazos
que de un choque rompen en pedazos
ruinas de piedra y cuarzo.
Me asombra el aliento
que refresca la arena del desierto
en los anocheceres del verano.
Y me corrompe ser cómplice
de tales fenómenos complicados
sin terminar de comprender
la etiología de estos compilados.
¿Por qué son mi ejemplo?
Pues mis ojos son esclavos de ellos
ya que solo basta una mirada
para ver cómo queda iluminada
la luna y el mar,
el sol y la arena,
los cuatro elementos ambientales
que se conocen de punta a punta
el teorema de los temporales.
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