El olor a incienso en el aire cae como un manto dulce sobre la lengua. Un triste acorde y un llanto desafinado nublan los oídos por un momento. El estómago cerrado es un nido de nervios y lágrimas, y el cuerpo, contraído, contorsionado, en una esquina del colchón es el hábitat ideal para los pensamientos más retorcidos. ¿En qué me convertiste? Tu mirada engañosa crea dudas que no se aclaran, pero se reproducen en lo que parece una línea perpetua de angustia y descontrol. El tiempo quieto se esfuma entre los dedos, como el agua del mar donde guardo los recuerdos. Cinco años atrás, el futuro prometía lo dorado. Ahora, el oro cae de los dedos desnutridos y añejos que anhelan eso que parecía inagotable pero se extinguió.
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