Creí que se me había desgarrado tanto el alma
que ya no tendría la sensación de volver a amar.
Imaginé,
flasheé,
que el vacío era inhabitable
y que el espacio que sentía "completo",
más pequeño que todo lo anterior,
era la consecuencia de haber resistido
con una fuerza nunca antes experimentada,
impulsada por mi sangre
a través de todo mi cuerpo,
hacia todos los cuerpos.
Pero no,
me equivoqué.
El vacío agrietado, una luz.
Luz para recibir,
para mí y para el otro,
para amar y, amarte.
Los espacios unidos,
coloridos,
vibrantes,
abundantes de compasión
y perdón propio,
sobrevivieron a tantas tormentas
y vientos invernales,
que ahora sé por qué los abrazo tanto.
Son mis pilares,
mi materia y energía.
Mi sabiduría
y mis ganas de recordar.
Lo que quedó no es nada malo,
es lo más poderoso de mí.
Mi emblema,
mis errores y mis victorias,
mi libro maestro...
mi vida más preciada
y mi lujo eterno.
Entendí,
con una sonrisa y lágrimas soportables,
que los espacios vacíos también son buenos.
La encrucijada perfecta
entre mi pasado y mi presente.
No temo a que el río sangre y calme,
temo a no seguir escribiendo el libro.
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Giuli Canosa
como dice Fito Páez: "Hay cosas que te ayudan a vivir, no hacías otra cosa que escribir".
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