Diecisiete de marzo sentí mi renacer,
con mi pecho vibrar, volví a creer.
Mis palabras, como ríos desbocados,
volvieron a desprenderse de la boca del silencio.
El dieciocho llegó con su desnuda verdad,
supe entender entonces esta fugacidad:
que el amor, como espuma de mar,
se desvanece al arena tocar.
Y así, con manos de papel y libros abiertos,
dejé que el mundo me nombrara otra vez,
dejé que la vida me arropase en su manto
y borré tu eco de mi piel.
Vendrá el invierno, y no estarás.
Tu nombre, que detenidamente memoricé,
que un día fue raíz y refugio,
será solo un murmullo sin dueño,
un puñado de letras disueltas en la brisa.
El tiempo vendrá y el tiempo se irá,
como el río que nunca deja de andar.
Y mientras avanza, en mi memoria te veo desvanecer,
sin odio, sin amor, sin nada que arder.
Vendrá, y ya está llegando el momento
de amar sin cadenas, sin falso tormento.
Sin lastimarte, sin lastimarme,
más allá de un capricho errante.
El tiempo vendrá y el tiempo se irá,
con su paso de agua, con su voz de relámpago,
y se llevará las últimas huellas de tu sombra,
como la lluvia borra los pasos en la tierra.
Lloré, sí, como llora el mar contra la roca,
me desgarré en poemas, en cartas, en bocetos.
Retratos, escritos, mis palabras al viento,
te construí con versos y sueños,
con mi obsesión disfrazada de admiración.
Pero, vida, nunca fuiste mía.
Eras el viento, eras el río,
eras la luz que huye entre los dedos.
Que la vida te abrace con besos ajenos,
que otros labios prueben el néctar
que un día creí ambrosía.
De mí, ni el más leve recelo encontrarás.
Que seas tan feliz, pero tan feliz...
Mas, que no sepa nunca de ello.
Hoy cierro este libro, la última oda,
reviso mis obras y río sin más.
Lo cursi que fui, lo mucho que amé,
pero acepto el fin y ya no estaré.
Y con lo último de orgullo que me queda, te digo:
encontrarás las noches de luna extrañamente vacías, porque,
cuando llames mi nombre a través de ellas,
no hallarás ni una respuesta.
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