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Lo verdadero no tiene tiempo

Nov 27, 2023

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Lo verdadero no tiene tiempo
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El domingo recibí un Whatsapp de mi tío. Decía:

Los que tenemos la dicha de conocerte, sabemos de tus virtudes y defectos. Uno de ellos es ser un total y absoluto colgado. No es un juicio de valor, es un hecho innegable, que podrá gustar o no, pero es lo que es.

Dejé que siga escribiendo porque sé que es un hombre de palabra larga. Y lo hizo:

En virtud de eso, es que vengo a recodarte que tengo algo para darte “a cambio” del laburo que me hiciste, aunque vos y yo sabemos que no es ni un cobro, ni un pago. Va a ser un minuto en tu auto, me subo, te lo doy y te fuiste.

Y así fue.

Al dia siguiente nos encontramos en el auto como dos amantes. Antes de subir, mi tío miró para los costados, se palpó el bolsillo y abrió la puerta. Llevaba puesto un pantalón azul marino que le quedaba como un pantalón de payaso. "No puedo verte así de flaco, me desconcierta”, le dije. “Y todavía me falta, dice ese hijo de puta”, contestó. Se hizo un silencio de cementerio. Mi tío debía empezar a hablar.

“Cuando mi papá murió yo estaba en la colimba y me perdí la repartija de papeles y objetos”. Sus ojos miraron al techo, a aquellos años en Acoyte. En pocos segundos contó varias historias familiares que las fue entrelazando como un mago.

"Sabés bien, aunque no lo hayas conocido ni cerca, que mi papá -es decir, tu abuelo- era un hombre de silencio, amarrete y distante. Venía, me imagino, de toda su familia a la que se supo poco y nada. Por no decir nada”. Asentí en silencio, porque ante todo, conservaba los genes.

“Y… encontré papeles, cositas, no sé, un documento escrito en húngaro de andá saber cuándo que estaba adentro de otro papelito envuelto en un librito chiquito-chiquito. Se ve que ahí guardaba lo importante. Eso fue una de las pocas cosas que me quedaron”.

Me estiró un sobre papel madera de Isadora. Mi tío registraba todo con una sonrisa, ansioso, agarrado de la manija. Lo abrí. En mis manos recibí, no los papelitos ni los documentos sino el librito chiquito-chiquito.

La tapa gastada con perfume a ancianidad que en algún momento habrá sido negra. En la mitad llevaba grabado lo que alguna vez pudo ser un escudo. Lo más actual era la cinta scotch en el lomo. “Sé bien lo que hago”, dijo.

Miré atónito las hojas amarillentas que parecían papiros. La tinta de adentro era más fuerte que el paso del tiempo. El librito chiquito-chiquito era un libro de rezos de Iom Kipur de 1909 impreso en Viena en pleno imperio Austrohúngaro.

Había heredado un majzor escrito antes de la Primera Guerra Mundial en plena devaluación de Argentina en el 2022 sobre Av. Gaona frente al Día que recibía bananas.

Entendí que era parte de algo mucho más grande incluso hasta de lo que yo pensaba. Sentía que la tinta de las plegarias de perdón me hablaban. Lo verdadero se sostiene en el tiempo. Lo verdadero no tiene tiempo.

Pensé, entre otras cosas que, como mínimo, hace ciento trece años que leemos lo mismo en Kipur. Pensé, también, en mi abuelo que no conocí. Lo imaginé golpeándose el pecho.

Tenía muchas preguntas por hacer. Abrí la boca pero mi tío me frenó. “No tengo las respuestas que buscás. Nadie las tiene. Es tuyo ya. Lo único que te pido es una cosa, chiquita nomás: no cortes la cadena”.

Mi tío se bajó. Me quedé mirando las palabras, las hojas, el lomo con cinta. ¿Cómo querer cortar la cadena?

Michael Josch

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