Lo tonto de amarte

¿Seré acaso tonta?

¿Tonta por pasar mis días y noches pensándote, por imaginarte junto a mí en cada reunión en la que no estás, por imaginar que ocupás la silla que está a mi lado vacía, por querer contarte mi día y saber del tuyo, por querer saber si irrumpo en tus pensamientos, en tus sueños, por extrañarte, por quererte?

¿Soy acaso, para tus ojos o tu mente, tonta?

Porque, si así fuera, entonces me declaro culpable.

Sí, soy tonta por quererte, por quedarme embobada mirándote a los ojos y, viéndolos reflejados en los tuyos, ver ese brillo… brillo de un amor adolescente, inocente, dispuesto a toda clase de locuras: uno tonto.

Soy una tonta por disfrutar el tiempo a tu lado y cada mínimo tacto, piel con piel, el calor y suavidad que tiene tocarte, la paz que me da estar acostados sin emitir un sonido, mientras la música suena de fondo y nuestras miradas se encuentran, y el calor de un abrazo nos quema.

Definitivamente, soy tonta.

Porque mientras en mi interior comienzo a sentir algo que jamás creí volver a vivir, te veo distante.

No estamos en sintonía en cuanto a lo que queremos.

Yo quiero que seas mío y yo tuya, y no me malentendás, no lo digo de una manera posesiva —aunque ese juego nos gusta—, lo veo más por el lado de la unión.

Pero ya dejaste en claro que esos juegos no van con vos, y sola no puedo jugar.

Jamás pretendería que cambies tu forma de pensar, porque también es algo que me gusta, pero, aun así, me duele.

Me duele pensar que quizás jamás pueda llamarte mío y darte todo lo que quiero y puedo darte.

Así que soy tonta, porque pienso quedarme, porque te quiero y cualquier cosa es mejor que el dolor de dejar atrás la felicidad que me da verte, sentirte, escucharte.

Porque el cariño es mutuo, pero no el fin que queremos.

Tonta otra vez: te quiero.