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    Lo siento Kafka, crónica de una anti metamorfosis.

    May 8, 2025

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    Lo siento Kafka, crónica de una anti metamorfosis.
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    La primera vez que leí La Metamorfosis, de Franz Kafka, mi primera lectura sobre esta novela corta era de lejanía porque me cuesta mucho identificarme en la literatura fantástica. La segunda vez que indagué en la obra fue a través de un audiolibro y entendí lo simplista que había sido mi primera lectura.

    ¿Qué pasa si en vez de leer la transformación que tiene el protagonista como una transformación fantástica a un bicho biológicamente imposible, leemos esa transformación -aun sosteniendo la misma monstruosidad- como una transformación inevitable e imparable hacia otra persona, una que no queremos ser? Bueno, sobre esa interpretación ahora sí que empieza a dar miedo Kafka.

    Este es el tema más recurrente en mis reflexiones: El miedo a ser mi madre, el miedo a que su locura, su desorden o su caos esté corriendo por mis venas, que irremediablemente mi destino es ser a su imagen y semejanza.

    Es un poco complicado para mí volver a mis años de infancia, no tanto por la ponencia que tienen algunas situaciones porque creo que después de tanto tiempo y trabajo propio he logrado que todo eso pierda un poco su impacto en mí. En cambio lo siento complicado porque me cuesta organizar el caos, las experiencias, los ejemplos que quiero tomar, los que no, qué conclusiones se desprenden de cada uno. Pero acá estoy, haciendo el intento.

    Si bien siento que me he podido separar de los primeros impactos que pueden generar algunos recuerdos (tristeza o enojo) hay una sensación de la que aún no me desprendo. La llamo "La doble vergüenza": la primera vergüenza es la vergüenza que me da mi madre y que sea mi madre, la segunda vergüenza vive a partir de sentir la primera.

    Siempre creí que el "problema" en mi vida, o esa persona que empañaba de recuerdos de mierda los años que deberían haber sido los más despreocupados de mi vida era mi papá. Sin embargo mientras más profundizo en la construcción de mi propia versión de ser una mujer adulta, más entiendo o creo entender que la razón de tanto peso ha sido mi mamá, y acá estoy, escribiendo sobre mi mamá como miles de personas han hecho en la historia de la escritura.

    Creo que la locura de mi madre siempre estuvo ahí, pero matizada, atenuada y anclada a un marco de normalidad que supo dar mi padre en mis primeros 9 años de vida.
    Sí, mamá siempre se levantaba tarde y yo llegaba tarde al colegio a pesar de entrar a las 13.
    Sí, mamá siempre acumulaba por semanas un montículo de ropa limpia sin siquiera doblar.
    Sí, mamá siempre dejaba para último momento su trabajo, teniendo que trabajar noches enteras cuando el deadline era inminente.

    Pero más allá de eso, su vida de pareja bastante enmarcada en la idea de mi papá de una familia o de cómo debería ser una esposa fueron un freno muy fuerte a lo que en años siguientes no se pudo contener.

    A partir de su separación en 2008/2009 el espiral de locura fue solamente en una dirección.
    El primer recuerdo de la locura que viene a mi mente sobre esos años son: Mi mamá llamando por teléfono a mi papá a las 2 de la mañana, indicándonos a mi hermana y a mí que dejáramos notas de voz en su teléfono cuando estaba supuestamente con su amante.
    Mamá sin trabajo y pasar mi cumpleaños número 9 a oscuras porque nos habían cortado la luz por falta de pago.
    Ella conociendo a un hombre (Leandro) que metió a vivir a nuestra casa al mes de empezar a salir y que la relación terminó con un golpe en su ojo de por medio. En 2018 nos enteraríamos que Leandro había terminado preso por tentativa de femicidio.
    Aquella ocasión donde mandó mis fotos para un casting a un mail que ella creía que era de Ideas del Sur, se terminó contactando con un supuesto productor por MSN quien le pidió un video mío en bikini y luego nos citó en el Alto Palermo, obvio que fuimos y obvio que nadie apareció.

    En el medio de estos recuerdos podemos enmarcar sus delirios varios: que mi papá le pinchaba el teléfono (como si mi papá trabajara en la SIDE o fuese un espía de la KGB y no un simple empleado de una distribuidora de alimentos) o aquellos negocios inminentes que concertaba con empresarios poderosos que nos iban a cambiar la vida pero por a o b jamás se concretaban, o su afán insistente por volverse famosa o rodearse de famosos a costa de frecuentar boliches y pedirles fotos a cuanto famoso de cabotaje se cruzara.
    O sus infinitos delirios místicos: reiki, cartas de tarot, manifestación, de todo y cuando digo de todo es de todo. Lo único que no hizo fue ser umbanda.

    Mientras eso sucedía, yo estaba intentando tener una infancia normal pero claro, tener una infancia normal en medio de ese tornado de descuidos es algo totalmente imposible.
    Llegaba tarde todos los días al colegio, siempre llegaba una hora tarde, era objeto de burlas y sufrí hasta bullying.
    Me iba sin desayunar y siempre la tenía que despertar yo a ella que se quedaba hasta las 4 am chateando en internet con vaya uno a saber quién. Mientras mis amigas pasaban sus sábados yendo al cine yo cuidaba a mi hermana de 6 años teniendo 12 porque mi mamá se iba a bailar o a una changa ocasional.

    Tuve que crecer a la fuerza, cocinar desde los 11, trabajar desde los 15, cuidar a mi hermana cuando yo misma era aún una niña y necesitaba ser cuidada.
    Cuando vuelvo hacia mi adolescencia una de las preguntas que más dudas me generaba sobre mis propios comportamientos era mi relación con el alcohol. Mediada por un exceso totalmente impensado incluso para mi yo adulta.
    Escribiendo sobre mi mamá y pensando en el alcohol en mi vida la conclusión que más me cuesta aceptar es que tal vez fui alcohólica en mi adolescencia, salía todos los fines de semana, a veces viernes y sábado y siempre esas salidas estaban mediadas por el exceso de alcohol. En dos ocasiones perdí la conciencia, escondía botellas en mi mesa de luz, tomaba a veces incluso entre semana teniendo 14 o 15 años.
    Mi mamá nunca se enteró.

    Tengo la hipótesis de que la única manera que tuve de escapar de algún destino horrible fue la distancia, a mis 18 años me independicé y me fui del hogar materno. La sensación que me viene de mirar esa situación es que ese fue el momento en el que empecé a vivir una vida más normal, en el que empecé a transferirme el control de mi vida.
    Pero empezar a tomar el control de tu vida cuando tu madre tiene estas, por decirlo de alguna manera, particularidades, no es una transición pacífica. El querer romper con sus patrones fue una construcción lenta pero constante donde aportó mucho la mirada de ella sobre mí:

    -Deberías volver al rubio, como yo, te quedaba más lindo.
    -(Hacia mi novio) Mirá que linda que soy y como soy yo, porque así va a ser tu mujer cuando sea más grande.
    -Vos sos igual a mí.

    Me convertí en una adulta altamente estructurada, creo que incluso hasta la elección de mi profesión no es casual: Soy programadora. Mi trabajo es decirle a una computadora qué hacer, atajar problemas, estructurar datos, armar arquitecturas de software que sean seguras e irrompibles. Hoy en día casi nunca tomo alcohol, creo que mis amigos sospechan que soy abstemia.

    Cuando encuentro un mínimo rastro de mi mamá en mí, un tono de voz, una similitud en las caderas, un andar parecido, una palabra idéntica, la destierro de mi cuerpo. Me tallo el cuerpo con jabón hasta el cansancio para borrar cualquier parecido así sea insignificante.

    Esperanza Garay Ucha

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