Rumiantes ojos,
¿cuándo se apagarán tus deseos?
Permíteme amarrarte al verso
del recuerdo cosificante,
que mortificaría tu infancia misma
de ser retransmitida, al ras frío, por mí.
Deseosa estoy por despertarte,
ojos míos; por atravesar tu visionario
con la punta corrupta de mi imaginería.
Cada vez que quieras, de vuelta,
en una vasta apariencia confiar,
no dudes que, aunque seas mío,
voy a sacrificarte. 2003–2025.
No es de tu incumbencia el afligir
de nuestros pecados;
no hagas que injurie mi propia vista,
que encomiende a la sombra diurna
cegarte con el sofoco de una hemorragia.
No le debo nada a tu forma de mirar.
¿No ves lo perverso de un latir?
¿No estimas la corazonada del peligro?
Por supuesto, yo, “ojos de mi alma”,
antepongo codificar, con suficiencia,
la impronta de tu vigilancia.
Debo asomar el control
a los hemisferios que te dictan cómo ver.
Todavía no debes morir.
No debe desfallecer tu vigilia,
ni la de la mente.
Solo debe partir el corazón.
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