Desde chica escribo cartas y poemas, los cuales no fueron entregados o fueron autodedicados.
Están guardados, muy guardados, en una cajita de color blanco.
Siempre senti que leérselos a alguien era como desnudarme en público.
Siempre me dio vergüenza que la gente supiera cómo me siento, que vieran mi eterna vulnerabilidad.
O simplemente me da miedo que me conozcan lo suficiente.
No para herirme, sino para entenderme.
Vivi en un completo caos, no logré salir, pero me acoplé a él.
Hoy somos uno.
Jamás sentí ese rechazo por mi misma, como mirarme al espejo y no gustarme.
Pero siempre senti bien rebajarme o menospreciarme.
Eso estaba bien.
Hasta que empezás a sentir ese dolor en la panza, esa puntada y esa angustia en la garganta.
Sigo guardando cartas, poemas y partes de mi.
Probablemente no vuelva a abrir la cajita blanca, porque ya no es que no duela, sino que se volvió costumbre.
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