Siendo honesta, no me interesan los títulos, ni el poder, ni ninguna de esas cosas estúpidas que dan un status social en la vida tan pasajera, tan corta, finita. Me interesa en mí y en los demás, contemplar la fuerza del ser, el trabajo interior, el crecimiento, el intentar ser buena persona, la ambición bien medida, el hambre de amar. Ver a alguien íntegro, sin necesidad de fingir, mostrando su vulnerabilidad, sus pesares o su fortaleza, pero mostrándola honestamente, no para impresionar. Me gusta descubrir la sensibilidad en los demás, me interesa quien se deja atravesar por los sentimientos más humanos y viscerales. Me interesan los que tienen alma, corazón, sangre corriendo en sus venas y lo hacen valer. La gente humanamente real, transparente. Los que abren su corazón sin temor, o con todo el miedo del mundo pero dispuestos a ofrecer lo que tienen, y lo que no tienen. Me interesan esas personas con las que podés tener charlas profundas y superficiales; esas con las que podés llorar y mostrarte real y no salen huyendo. Lo demás no me interesa, no me atrae, a mi edad me repele. Hay cosas que me dan náuseas. Porque nos vamos a morir y nos recordarán de esa manera: humanos. Ojalá nos recordaran por lo que dejamos, por los rastros de nuestro paso por esta vida. Recuerdo en momentos en los que estuve triste o necesité compañía, y no pude expresarlo; recuerdo a esas personas que me sonrieron, que se acercaron y hablaron conmigo, que palmearon mi espalda; siempre recordaré su trato tan paciente, sus sonrisas, su energía, su calor. De algunas ni siquiera sé el nombre, pero desde ese momento en que significaron un bálsamo para mí, sé de su gran corazón. Y quizá la vida es eso. Quizá dejemos eso en los demás, el recuerdo de esa caricia al alma que dimos a alguien en un momento malo, o por qué no, bueno. Y alguien en algún lugar, en algún momento, cuando sienta la nada bajo sus pies, cuando sienta las espinas atravesar su corazón o a su alma remover el dolor, ese alguien recordará de golpe el bálsamo que supimos ser, a lo mejor por un instante, por un segundo, pero lo fuimos. Fuimos ese respiro tibio para el corazón de alguien, fuimos ese beso en la frente, ese abrazo cálido, esas manos que no sueltan, esa palabra, esa mirada que arropa. O simplemente un deseo de felicidad para alguien, que no decimos, que deseamos en silencio y con fuerza desde nuestro interior, pero que tiene un pasaje obligado por el corazón para empaparse de amor y salir más poderoso y seguro de llegar a destino. Alguien en algún lugar, en algún momento, nos recordará y eso nos hace brillar y perdurar. Eso nos hace vivir, nos da presencia sin necesidad de estar físicamente. Estamos ahí, están ahí.
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